domingo, 31 de mayo de 2020

Lenguaje de la crisis sanitaria

Vaya por delante que, como todo en este blog, no se trata de un sesudo estudio acerca del lenguaje aprendido -y sobre todo usado- durante este tiempo de crisis sanitaria provocada por el Covid-19, pero allá va mi granito de arena en este tema.

No sé con cuántas palabras funcionáis los que me leéis (ni siquiera sé con cuántas funciono yo), pero lo que está claro es que, quien más quien menos, ha enriquecido -aunque sea levemente- su vocabulario gracias al coronavirus. Allá va el top 10 de las palabras y expresiones que hemos utilizado muchas veces y que -no me mintáis- no habíais utilizado antes ni por equivocación:

- Coronavirus: Tengo amigos médicos y científicos que no la habían usado en su vida, así que no me digáis que sí, que vosotros ya la conocíais y que incluso la usábais en la intimidad. Es la palabra estrella de esta pandemia. Tendríais que oír a A. jr. diciendo que no va al cole "porque hay coronavirus".

- Covid-19: Parece ser que es como se ha bautizado a este tipo de coronavirus, al que la ha liado parda. Lo más parecido a esto que habíamos oído con anterioridad es el nombre de la mascota de las Olimpiadas de Barcelona '92.

- Pandemia: Sí, ya sé que muchos de vosotros conocíais esta palabra. Acepto incluso que alguno ya la hubiera utilizado con anterioridad (no os vengáis ahora todos arriba, porque me lo creo de algunos solo), pero de ahí a utlizarla con la frecuencia con la que lo hacemos ahora hay un mundo. Esta palabra tiene pinta de quedarse ya en nuestro vocabulario durante mucho tiempo, no por la duración del mismo, sino porque la usaremos a menudo en un futuro más o menos lejano. Nuestra generación, que gracias a Dios, no ha vivido una guerra, podrá decir a sus nietos cuando digan que una comida no les gusta aquello de "Una pandemia deberías haber pasado tú"

- Confinamiento: Pasa exactamente lo mismo que con la anterior, pero confío en que la dejemos de usar dentro de poco. Será una buena señal.

- Hidrogel: Existen diferentes variantes, pero cuando nos referimos a eso en lo que todos estamos pensando al leerlo, creo que ha sido el más utilizado.

- Distancia social: Esta expresión también se utiliza mucho, no solo por nuestras autoridades (¿debo seguir llamándolas así?) y es un grave error. Cuando se utiliza esta expresión, se refieren a la distancia física que debemos mantener los humanos entre nosotros para evitar el contagio del Covid-19. Pues bien, con llamarla distancia física habría sido más fácil y más correcto. Distancia social es otra cosa.

- ERTE: Por desgracia éste ha sido uno de los nombres estrella y del que la gran mayoría  de nosotros no habíamos ni oído hablar y ahora hasta lo hemos sufrido en nuestras familias.

- Mascarilla: De las pocas palabras que todos conocíamos, pero que la usábamos muy poco. Ahora la usamos mucho, la palabra y el objeto que la lleva por nombre.

- Fase: Como con la anterior, todos conocíamos esta palabra antes de la pandemia. Es más, todos sabíamos lo que era una fase, no como ahora que nadie (ni el presidente del gobierno) es capaz de explicar cada una de estas fases.

- Desescalada: Muy ligada a la palabra anterior (aunque eso no es garantía de éxito para entender la explicación de las diferentes fases) y que me hace dudar acerca de su corrección. ¿No era más fácil usar "rebaja"?

Seguramente habrá palabras o expresiones más importantes o más utilizadas durante este tiempo, pero por eso esta es mi lista y de nadie más.

Por cierto, antes de acabar, como sé que hay alguno muy intranquilo, deciros que finalmente lo de la tele se arregló con una nueva. El servicio técnico de la marca desaconsejó su reparación y el seguro que habíamos suscrito decidió entregarnos en una tarjeta (virtual) el importe que pagamos cuando la compramos. Así que hemos comprado otra igual y la diferencia en el precio (cuando la compramos por primera vez era un "ofertón") y el precio del nuevo seguro lo paga el autor del destrozo, hijo que está encantado con la solución final porque ya contaba con tener que pagar una tele nueva.

sábado, 9 de mayo de 2020

El confinamiento ya no es tan divertido

Así queda una pantalla de una televisión cuando
 recibe el impacto de una pala de ping pong
Antes de que alguno me salte a la yugular tras haber leído el título de la entrada, aclarar que el confinamiento nunca ha sido divertido, nunca. Lo que pasa es que la fatiga ya empieza a hacer mella en alguno de nosotros. Es lo que tiene que seamos tantos (nunca me acuerdo de contar a los hamsters entre los confinados), que cuando no es uno (o unos), lo es otro (u otros) y así vamos tirando.

Lo que me ha animado a escribir esta entrada es contaros el detalle con el que nos ha "obsequiado" uno de nuestros hijos: El pasado jueves, me encontraba con A. hablando de no sé qué cuando apareció uno de ellos y muy serio me dice "Ha pasado algo". Su gesto y su tono no presagiaba nada bueno.

- ¿Qué ha pasado?, pregunté.

- La tele, la tele ... se ha roto. Se me ha escapado la pala de ping pong y ha golpeado la tele y ...

- ¿Y?

- Se ha roto.

Fui al salón a ver qué significaba exactamente ese "se ha roto" y pude comprobar lo que podéis comprobar vosotros mismos viendo la foto que ilustra esta entrada.

Esta tele la compramos en enero de este año, aprovechando una súper oferta de una conocida red de establecimientos que hace años se dio a conocer con una campaña publicitaria que, en resumen y a sensu contrario, llamaba tonto a todo aquel que no compraba ahí cualquier electrodoméstico. Tiene 55" y las partidas de la Play se ven (veían) de maravilla.

Recordé que, en el momento de pagar, me propusieron (y convencieron) contratar un seguro aparte del de garantía, así que miré en la carpeta de electrodomésticos y allí, junto a la factura, estaba ese seguro. Llamé al teléfono de Atención al Cliente y la chica que me atendió me pidió que le explicara qué es lo que había pasado. Como buenamente pude se lo expliqué, resaltando que había sido un accidente. Me pidió que rellenara el formulario que me enviaría por correo electrónico y junto con la factura y una fotografía del televisor se lo enviara por ese mismo medio. Y así lo hice. Como suele ocurrir en estas ocasiones, el fin de semana llega enseguida y hace que todo sea más incierto, al no tenerse noticias al respecto.

No sé si lo cubrirá el seguro porque tal y como está redactado, cabe una interpretación y la contraria. así como que las opciones que recogía el formulario era el de la avería, daños por agua (lo llego a saber, la mojo y digo que la tenía fijada en la pared de uno de los cuartos de baños en el que el mismo jueves empezó a caer agua del techo por una fuga del vecino de arriba), daños en el transporte, daños por caída y ... por accidente, pero dentro de los anteriores apartados. No sé qué pasará.

Alguno puede pensar que tampoco es para tanto (y seguramente tendrá razón), que hay cosas más importantes y que -de momento- todos gozamos de buena salud. Y es cierto, pero no os imagináis la rabia que da.

Estos días de confinamiento hemos aprovechado para ver más películas que nunca y seguir series como nunca antes habíamos hecho. Pues bien, no os podéis ni imaginar lo de escenas que transcurren en el vértice superior izquierdo de la pantalla. No sé si existen estadísticas al respecto, pero os puedo asegurar que hay un montón. Y las partidas de la Play ... pues ni lo intentamos.


viernes, 1 de mayo de 2020

Quedadas virtuales

Cuando uno es un deficitario tecnológico, sin llegar al punto de la indigencia, siempre es un buen momento para aprender cosas nuevas. Y el confinamiento no podía ser menos. Lo que empezó como una broma, siguió como tal y aún perdura como eso aunque con el calificativo de "pesada", nos ha llevado a mantener el contacto con los de fuera de la familia a través de herramientas -al menos para mí- hasta ahora desconocidas.

Empecé con un grupo de amigos (ya tenemos un grupo de Whatsapp desde el que arreglamos el mundo) donde uno propuso encuentros virtuales, pero a través de alguna app que permitiera la conexión de más de 4 personas, por lo que se descartaba el propio Whatsapp (no sabía ni de qué hablaba). Pregunté a mi hija Ma. y me propuso hacerlo a través de Houseparty, la aplicación del momento (al menos al inicio del confinamiento). Quizás soy un poco tiquismiquis, pero lo cierto es que la calidad de la conexión no era lo que yo me esperaba, pero la costumbre hace que, al final, no te parezca tan mal.

Todo iba bien hasta que un día vino Ma. y me dijo que esa aplicación no era segura, que se habían dado no sé cuántos casos de fraudes a través de Houseparty (llegando incluso a vaciar la cuenta corriente de un usuario, lo cual no me preocupa porque, en mi caso, lo que puede pasar es lo contrario, que me la llenen) y que había que desinstalarla cuanto antes. Lo intentamos y no pudimos. "Si eres usuario de Android, no puedes darte de baja", me dijo Ma. para empezar a intranquilizarme. Al final, según me dijo, me dio de baja desde su móvil, tras facilitarle yo mio contraseña. Lo comuniqué al resto de miembros de nuestro grupo de Whatsapp y nos pasamos a ZoomTodo iba bien, hasta que a uno le entró la vena conspiranoica y nos dijo "Nos están espiando. Desde Zoom nos controlan" y decidió no conectarse.

Con otra gente me conectaba a través de Hangouts y otros me hicieron descargarme Jitsi Meet. Al final acordamos que lo realmente estresante era ir instalando y desinstalando aplicaciones y unir a nuestro confinamiento ese estrés, por lo que volvimos a Zoom y desde ahí nos vemos. El conspiranoico, después de un tiempo de silencio, decidió volver.

En casa -como ya sabéis- somos unos cuantos los confinados, así que quien más quien menos tiene sus conexiones, ya sean para trabajar o ya sean para quedar con los amigos. Los mayores, por ejemplo, quedan con amigos con una cerveza en la mano (yo lo hice con una copa de vino el día de mi cumpleaños). Ese excesivo número de dispositivos conectados a la red, hace que la WiFi no funcione como quisiéramos en determinadas franjas horarios. He llegado a tener reuniones en uno de los lavabos de la casa por estar cerca del router y las demás estancias de la casa ocupadas. Si enfocas con cierta gracia, el interlocutor no sospecha que estás pegado a la taza del wáter.

Cuando crees haber visto todo en este confinamiento, llegando incluso a aceptar esos interminables trabajos, deberes, clases online, exámenes, etc, llegan ... ¡las reuniones del cole virtuales! Yo -inocente que es uno- pensaba que alguna de las cosas positivas de esta pandemia era la supresión de las reuniones del cole. Pues no, las reuniones se hacen a través de una de las plataformas anteriormente mencionadas. El lunes tuvimos la del curso de S. y el miércoles la del de JP. Tendríais que ver ahí a un profe conectado con 25 padres y/o madres de sus alumnos pidiendo que desconectemos el micro mientras él habla para que no haya interferencias o, mejor aún, a esos padres que desesperadamente quieren hacer preguntas y el profe no les ha activado el micro. Te tienes que reír.

lunes, 27 de abril de 2020

Nuestro confinamiento

Yo debo ser un tío muy raro porque, la verdad, no se me está haciendo tan largo (dentro de lo que cabe) el confinamiento. No sé si ayer u hoy cumplimos 40 días y si tenemos en cuenta que es lo que dura una Cuaresma, ¿qué queréis que os diga?.

Hay que remontarse a la primera decena del mes de marzo cuando en un arrebato me dio por pintar el pasillo, tras haber cambiado unas fotos que colgaban de la pared. Empezó la movida del coronavirus (entonces nadie la llamaba Covid-19) y -llamadme previsor o adivino- se me ocurrió decirle a A. que era mejor hacer la compra en Carrefour en lugar de Mercadona, porque en el primero también tienen pinturas y, claro, nunca se sabe. Pues eso, compré varios botes de pintura para las puertas. Y pinté. Y pinté 9 puertas. Al acabar, me sentía como Forrest Gump cuando le dio por correr y decidí pintar un mueble de Ikea de la cocina (ya era blanco, pero necesitaba vida), el mueble de un baño (éste era de color madera y mi querida A. decidió que fuera turquesa con acabado tiza), la cama de Ma y A. jr y un plafón de madera que forra la mitad de la pared del office. No satisfecho con eso, se me ocurrió pintar la entrada. Como ya había pintado el pasillo y el color era el mismo ...

Algo en mi interior me empujaba a seguir pintando. Imagino que algo así debía sentir Miguel Ángel cuando se enfrentó a la Capilla Sixtina y tampoco era plan desperdiciar ese impulso. Entonces, en pleno furor artístico, se me ocurrió pintar de blanco la puerta de la entrada. Esta puerta también era de color madera (muy feo, por cierto), por lo que tuve que lijarla previamente (a mano) y como se me había acabado la pintura, localizar una droguería y desplazarme a comprar pintura selladora y pintura acrílica en cantidad suficiente para dar 2 capas.

Cuando las agujetas parecían ser algo habitual, y el genio seguía en mi interior, opté por pintar el office de la cocina y los techos de la entrada y del pasillo ... y de los dos cuartos de baño ... y con dos capas al de nuestro dormitorio (previamente, con masilla, había tapado una grieta que lo atravesaba de lado a lado) ... y ... el cuarto de Ma y A. jr Aquí hay que hacer una pausa para decir que si bien es la estancia más pequeña de la casa, la dificultad era mayúscula por lo difícil que resulta acceder a determinados rincones. He tenido que hacer auténtico contorsionismo, jugándome la vida incluso, para poder pintar una esquina con un pie en la escalera, el otro en un mueble, un rodillo en una mano y una brocha en la otra. Esta vez aproveché lo que me quedaba de pintura de esa habitación y como no llegaba para pintarla entera como Dios manda, es decir, con sus dos capas de rigor, rebajé el color añadiéndole blanco y ... no ha quedado mal.

Pensaba que ya había acabado (las musas habían decidido abandonarme) cuando -esta vez "animado" por A., me dio por pintar la habitación de P. y Mi. y ya puestos la de Q., JP y S. Cuando pensaba que la falta de pintura era un argumento de peso para no seguir con mi frenética actividad, A. se ofreció para ir a esa droguería y comprar 2 botes de 4 l. de pintura color -agarraos- "ceniza" (para los hombres que me leen, es como un gris un tanto azulado, vamos que parece lila claro). Pues nada, ya tenía el material y no había excusa. Ayer acabé de pintar esas dos habitaciones.

No sé si alguno de vosotros ha pintado alguna vez, pero lo jodido de todo esto no es pintar, es preparar todo (enmasillar, lijar, poner cinta para que la pared no se pinte de blanco cuando pintas el techo y después, poner cinta en el techo para que no se pinte del color de la pared), mover muebles (imaginaos lo que es mover una litera de 3 o una tabla que hace las veces de mesa de estudio para 3) y el típico "ya que estamos, vamos a tirar cosas, ordenar esto un poco y limpiar ... ¡qué digo limpiar, parece que desinfectes una estancia! Y todo esto con 8 personas más en casa. De verdad que es muy complicado, que lo de Miguel Ángel no fue nada comparado con esto. Dadme a mi una Capilla Sixtina sin muebles (recordad una litera de 3) y os hago una maravilla.

Todavía me queda por pintar el lavadero y si el genio vuelve a surgir, me pongo con la terraza, la cocina y el salón (espero que no). Como este confinamiento va para largo, tengo miedo de que me dé por cambiar de color lo ya pintado.

Aquí tenéis el color ceniza
Y aquí lo que es una litera de 3





viernes, 24 de abril de 2020

Vuelvo a escribir

No sé qué me ha pasado, pero, de repente, sin saber cómo ni por qué, me ha entrado un deseo irrefrenable de volver a escribir en el blog. Y lo hago a sabiendas de que nadie, absolutamente nadie leerá esta entrada. Mis heroicos seguidores de antaño (¿qué será de ellos?) no habrán tenido la paciencia (lógico) de esperarme y los nuevos (si los hay) se preguntarán "¿quién es este tipo?". Así que aquí me tenéis, como cuando empecé este blog hace no sé cuántos años.

No sé si merece la pena refrescar un poco la memoria del lector (sería lo normal si los seguidores que tuve vuelven por estos lares) y actualizar ciertos datos, pero por si acaso, me voy a arriesgar:

A. y yo seguimos como siempre, más viejos, pero básicamente igual (en mi caso, aquella barba que probé un tiempo, ya es perpetua).

Los hijos han cambiado mucho. Ya he actualizado las edades y así os podéis hacer una idea de cómo están (lo más importante es que empiezo a ver cada vez más cerca aquella posibilidad que me parecía imposible de que empiecen a irse de casa). Ma. y P. ya han acabado la carrera y están trabajando y "ennoviados". Mi. siguiendo los pasos de su padre estudienado Derecho. Q. a punto de entrar en la Universidad, JP en plena adolescencia (tendríais que oír sus gallos durante el confinamiento), S. en la ESO y A jr. cada día más mayor.

No sé cuántos días de confinamiento llevamos (¿40?), pero lo cierto es que vamos aguantando. En entradas posteriores os iré contando más detalles del confinamiento de una familia de 9 miembros, pero ya os puedo adelantar que:

- Tenemos un horario (flexible) para que esto no sea un caos

- Hay tiempo para todo 

- Hay momentos de tensión

- Tenemos la suerte de tener una terraza de 20 m²

Bueno, pues eso, que he vuelto con la intención de quedarme un buen tiempo. No sé si conseguiré el ritmo de publicaciones de mis años más fructíferos, pero me he hecho el propósito de tener cierta continuidad y dedicarle algo de tiempo a este blog. Espero contar con vosotros.

lunes, 10 de junio de 2019

Las piscinas de Lourdes

Santuario de Lourdes
Hace justo un año, mi hijo P. y yo nos fuimos a Lourdes en compañía de mi amigo J. y su hijo A., el cual, a pesar de ser 5 años mayor que P., mantienen una gran amistad. La idea era pasar allí el fin de semana. Busqué por internet un alojamiento y encontré uno en Airbnb muy céntrico y que no estaba mal de precio. Como al final salimos algo más tarde de lo previsto, cambiamos la ruta y, en lugar de atravesar los Pirineos, fuimos por autopista. El itinerario es mucho más largo (tienes que llegar hasta Toulousse y después ir bajando hasta Lourdes), pero mucho más seguro para conducir de noche y algo más rápido. Paramos en un área de servicio próximo a Girona para merendar y cenamos pasado Toulousse. Durante el camino P., que se defiende con el francés, llamó a Helio (pronúnciese con acento francés) para avisar que llegaríamos algo más tarde de lo previsto, no fuera que, ante nuestra tardanza, pensara que ya no íbamos a ir y se le ocurriera irse a dormir y dejarnos en la calle. Por fin, a eso de las 12 de la noche, llegamos a nuestro destino. Echamos unas risas y a dormir.

El sábado por la mañana lo dedicamos a visitar el Santuario y sus alrededores y por "recomendación" de mi amada esposa (algo así como "supongo que si vais a Lourdes no se os ocurrirá no bañaros en las piscinas") nos interesamos por las piscinas. Estaban cerradas. Al parecer tienen un horario muy concreto y es tal la afluencia de gente que cuando ven que ya no cabe nadie más, cierran el acceso. Ese aviso -lo reconozco- no fuimos capaces de interpretarlo, por lo que optamos por volverlo a intentar al día siguiente. La tarde pasó entre visitas a la población y al Santuario, que era el motivo del desplazamiento. Por la noche, volvimos a nuestro alojamiento y cenamos eso que tanto me gusta a mí (aunque me siente fatal), como es queso (unas cuantas variedades), pan y vino que habíamos comprado por la tarde en un Carrefour (Caggfú) y a dormir.

El domingo por la mañana, tras el desayuno, nos dirigimos al recinto del Santuario y lo primero que hicimos fue ir a las piscinas. El horario era de 10:00 h a 14:00 h. A las 10 en punto allí estábamos y conseguimos entrar (si alguno piensa que es lo normal, pues has llegado a la hora de apertura, nada más lejos de la realidad). Eso sí, justo después de entrar, cerraron el acceso, lo cual -ahora sí- me hizo sospechar. Efectivamente, no hace falta ser un lince para deducir que la espera podía ser larga, muy larga. Pues eso, sobre las 13:15 h llegó nuestro turno. No teníamos ni idea de cómo era aquello, pero las 3 horas y pico de espera hizo que estuviéramos ansiosos por entrar. "No llevo bañador, ¿nos darán uno?", "Y si nos dan uno, ¿cuántos usos tendrá ya?", "Porque nos darán uno, ¿no?", "Y el agua ... ¿cómo estará?, ¿calentita?, ¿tibia? ... ¿fría?" Éstas y otras eran las típicas preguntas que nos habíamos estado haciendo durante la espera. Y todas, todas esas preguntas se te olvidaban al franquear la puerta que separa la zona de espera del interior, donde se encuentran las piscinas. Una vez dentro, lo primero que pasó es que se nos acercó un hombre -de poca estatura-, vestido con un traje impecable y nos preguntó si hablábamos francés. Todavía nos quedaba algo de buen humor y entre sonrisas le indicamos que no, que éramos españoles. Es entonces cuando empezó con sus explicaciones en un perfecto español afrancesado: "Oh, la la, españoles, ¡qué magavilla!" "¿De dónde sois?", "¿De Bagselona? Yo soy dessendiente del Duque de Cagdona". Mientras, nosotros, asentíamos con una sonrisa boba en nuestros rostros. Le preguntamos qué tal estaba el agua. La respuesta, así, a bocajarro y gritando, fue "FGÍA, MUY FGÍA". Ya no había vuelta atrás.

Nos indicó que debíamos entrar en una zona separada por unas cortinas de lona blancas con rayas gruesas azules (o azules con rayas gruesas blancas). Cada uno a una zona distinta. Lo que vivimos a continuación fue en absoluta soledad, sin un conocido con quien comentar la jugada. La soledad. Cuando entré en esa zona la imagen era dantesca. A la humedad en el ambiente, le acompañaba un silencio sepulcral y cuatro o cinco hombres sentados ¡en calzoncillos! en dos bancos de madera, uno a cada lado de la estancia. Y otra cortina gruesa separando esa estancia del lugar en el que debía encontrarse la piscina. Saludé con un hilo de voz, mientras que iba desvistiéndome hasta quedarme en gayumbos (suerte que ese día llevaba unos boxer monísimos) a la vista de mis nuevos compañeros de aventura. Cuando acabé me senté a esperar. No sabía muy bien lo que me esperaba. Mi cabeza iba a toda velocidad pensando en mil cosas que podía encontrarme y atormentándome esa imposibilidad de huir. En éstas me encontraba cuando, de repente, se abrió la otra cortina (la que separaba esa "sala de espera" de la piscina) y apareció un tío empapado y aterido de frío, mientras un hombre que estaba escondido tras la cortina llamaba al siguiente. Y así, uno a uno, fueron desapareciendo y apareciendo empapados mis fugaces compañeros de espera. Hasta que llegó mi turno. No había duda de que me tocaba a mí, pues era el último y no había posibilidad de amablemente ceder mi turno. Entré y me encontré a dos tipos ataviados con unos enormes delantales, como los que usa un matarife en un matadero. Un escalofrío recorrió mi cuerpo ... y no solo por el frío que allí hacía. Me dijeron que me quitara los calzoncillos y los colgara en un gancho que había en la pared, un gancho como los que hay en un matadero. ¿Qué podía salir mal?. Cuando me disponía a desprenderme la única prenda que cubría mi cuerpo, se acercaron detrás y con una especie de toalla me cubrieron para preservar ese íntimo momento. Un detalle, la verdad. Esa misma toalla -fría y empapada como pocas cosas he visto en mi vida- la usaron para tapar mi desnudez envolviéndola alrededor de mi escuálido cuerpo. Todavía estaba preguntándome cuántas personas habría cubierto esa toalla, cuando, cogiéndome por los hombros, uno a cada lado, me colocan delante de la piscina (una especie de hueco con baldosas en el suelo) a la que se accedía bajando dos o tres escalones. Me vuelven a preguntar de dónde soy y cuando les digo que español, me dicen que no, que no hablan español, pero sí inglés, francés, italiano ... "Da lo mismo, italiano", contesté mientras pensaba que quizá mis últimas palabras en este mundo serían en ese idioma. Me señalan una imagen de la Virgen que presidía esa sala y me animan a rezar alguna oración y a pedir algo (para eso viene la gente, ¿no?). Muy breve debió ser mi oración y mi petición porque, aun habiendo acabado, allí no se movía nadie. Les indiqué varias veces que ya había acabado, pero me ignoraron completamente. Cuando ellos estimaron que ya tenía que haber acabado, me dijeron que bajara los escalones y me introdujera en la piscina. El agua estaba -como dijo el descendiente del Señor de Cardona- fría, muy fría. Me dijeron que diera unos cuantos pasos hacía adelante y que me detuviera en el centro de la piscina. El agua me llegaba a la altura de la mitad de los muslos. Una vez allí, cuando estaba totalmente desprevenido y en la más absoluta duda acerca de qué podía pasar a partir de ese momento, los hombres de los delantales, en un movimiento ágil y rápido propio de un karateca, me hicieron una llave y me tiraron de espaldas al agua dos veces, cubriéndome en su totalidad. Esa sensación de frío y la nocturnidad y alevosía con la que actuaron hizo que se me escapara un sonido aterrador. Aterido de frío me dirigen al gancho en el que se encontraban mis calzoncillos. Me los pongo de la misma forma que me los había quitado (con esa toalla cubriéndome), abren la cortina y me sueltan en la sala de espera. Me visto sin poder secarme y abandono ese espacio para encontrarme con mis compañeros de aventura. Nos cruzamos unas miradas con la que nos dijimos todo. Es una experiencia única, por lo menos para mí. Vamos que no la pienso volver a repetir.
Piscina de Lourdes

Antes de acabar, quisiera dejar claro que, aunque lo pueda parecer, no se trata de una burla. Es más, no solo respeto profundamente lo que allí se vive, sino que animo a todo el mundo a que pase por esta experiencia y que una visita a Lourdes, deja huella.


jueves, 28 de febrero de 2019

Una analítica y un juicio


El otro día fui al médico. Hacía un año que no iba y había algún que otro tema a comentar.

Yo no sé lo que tardan otros en la consulta, pero lo cierto es que yo voy rápido (mi médico de cabecera ayuda a ello porque acostumbra a responder con monosílabos cada vez que le planteo un tema) y, en 5 minutos ya habíamos acabado.

Me mandó hacerme una analítica y una ecografía de abdomen. Le insistí en que -no estoy del todo seguro, pero tengo la certeza- no estaba embarazado. A pesar de ello, mantuvo lo de la ecografía.

Ayer, bien temprano, acudí en ayunas a mi CAP (Centre d'Assistència Primària) para la extracción (de sangre). Entré en la sala de espera un poco antes de la hora prevista (Sala de Parquet para más señas) y un (fuerte) olor a ajo reinaba en el ambiente. Entre los que esperaban había varias personas de avanzada edad (mayores que yo, vamos) y mis sospechas sobre el origen del olor se centraron en éstos. Gracias a Dios no estuve allí más de 10 minutos. Llamaban en grupos de 5 ó 6. Oí mi nombre por el altavoz y me dirigí a la consulta anunciada. Al llegar, una ¿enfermera? me preguntó (sic) "¿Trae el pipí?". Ante mi cara de sorpresa, añadió "Ah, vale, no le han dado el bote".

"No, no es que no me hayan dado el bote, que tampoco, sino es que no me dijeron que debía traer eso. Me dijeron que era un análisis de sangre"

"Bueno, no se preocupe (como si lo estuviera), ahora le extraemos la sangre y después me trae el pipí" y acto seguido me entregó un bote en el que debía vertir la orina.

Como soy un hombre de costumbres, me había presentado en el CAP aseado y con las necesidades cubiertas, por lo que intentar llenar ese bote se antojaba misión imposible. Aún así conseguí aportar una cantidad suficiente para su cometido (espero). Me salté la cola que había en ese momento y entregué mi muestra. Pusieron su etiqueta (espero que coincidiera con la de las muestras de sangre) y me fui de allí.

Me sorprendió -y mucho- que en ningún momento me requirieran para que me identificara. Simplemente me preguntaron mi nombre, comprobaron que estuviera en la lista de los citados para ese día y procedieron a poner muchas etiquetas con números y códigos de barra en los recipientes habilitados para recoger las muestras. Sé que es una tontería y que no creo que nadie quiera engañarse a sí mismo, pero podría haber enviado a cualquiera haciéndose pasar por mí y sus resultados serían mis resultados.

Después volví a casa y desayuné. Me fui al despacho y de ahí al Juzgado porque tenía un juicio a las 11:00 h. Al llegar al edificio de los Juzgados me encontré con otro abogado con el que había coincidido hace pocos años en un asunto. Debe tener treinta y tantos años. Pues bien, al verme, no se le ocurre mejor saludo que "Hola, compi". No sé si porque me había desangrado o porque no me quedaba pipí en mi cuerpo, lo cierto es que solo pude contestarle con un "Hola". Sin embargo, en mi interior no paraba de darle vueltas a ese "compi".

En esas condiciones (sin sangre ni pipí y aturdido por el saludo de un compañero de profesión) debía afrontar un juicio de un cliente del turno de oficio acusado de un delito de impago de pensiones (no pasaba la pensión de alimentos en favor de su hija menor desde hacía mucho tiempo). Como la pena solicitada no era muy alta (12 meses de prisión), me las prometía muy felices confiando que eso acabaría en una conformidad con el Ministerio Fiscal. Pues no. Mi cliente decidió que él no tenía que asistir al juicio, a pesar de estar citado en forma. Como la pena solicitada no era superior a 2 años de prisión y constaba citado en forma, podía celebrarse en su ausencia. Así que imaginaos el papelón que me tocó hacer (uno más), solicitando la libre absolución de mi patrocinado, a pesar de la comparecencia de la testigo perjudicada (la madre de la menor) y la petición de condena por parte del Ministerio Fiscal.