lunes, 10 de junio de 2019

Las piscinas de Lourdes

Santuario de Lourdes
Hace justo un año, mi hijo P. y yo nos fuimos a Lourdes en compañía de mi amigo J. y su hijo A., el cual, a pesar de ser 5 años mayor que P., mantienen una gran amistad. La idea era pasar allí el fin de semana. Busqué por internet un alojamiento y encontré uno en Airbnb muy céntrico y que no estaba mal de precio. Como al final salimos algo más tarde de lo previsto, cambiamos la ruta y, en lugar de atravesar los Pirineos, fuimos por autopista. El itinerario es mucho más largo (tienes que llegar hasta Toulousse y después ir bajando hasta Lourdes), pero mucho más seguro para conducir de noche y algo más rápido. Paramos en un área de servicio próximo a Girona para merendar y cenamos pasado Toulousse. Durante el camino P., que se defiende con el francés, llamó a Helio (pronúnciese con acento francés) para avisar que llegaríamos algo más tarde de lo previsto, no fuera que, ante nuestra tardanza, pensara que ya no íbamos a ir y se le ocurriera irse a dormir y dejarnos en la calle. Por fin, a eso de las 12 de la noche, llegamos a nuestro destino. Echamos unas risas y a dormir.

El sábado por la mañana lo dedicamos a visitar el Santuario y sus alrededores y por "recomendación" de mi amada esposa (algo así como "supongo que si vais a Lourdes no se os ocurrirá no bañaros en las piscinas") nos interesamos por las piscinas. Estaban cerradas. Al parecer tienen un horario muy concreto y es tal la afluencia de gente que cuando ven que ya no cabe nadie más, cierran el acceso. Ese aviso -lo reconozco- no fuimos capaces de interpretarlo, por lo que optamos por volverlo a intentar al día siguiente. La tarde pasó entre visitas a la población y al Santuario, que era el motivo del desplazamiento. Por la noche, volvimos a nuestro alojamiento y cenamos eso que tanto me gusta a mí (aunque me siente fatal), como es queso (unas cuantas variedades), pan y vino que habíamos comprado por la tarde en un Carrefour (Caggfú) y a dormir.

El domingo por la mañana, tras el desayuno, nos dirigimos al recinto del Santuario y lo primero que hicimos fue ir a las piscinas. El horario era de 10:00 h a 14:00 h. A las 10 en punto allí estábamos y conseguimos entrar (si alguno piensa que es lo normal, pues has llegado a la hora de apertura, nada más lejos de la realidad). Eso sí, justo después de entrar, cerraron el acceso, lo cual -ahora sí- me hizo sospechar. Efectivamente, no hace falta ser un lince para deducir que la espera podía ser larga, muy larga. Pues eso, sobre las 13:15 h llegó nuestro turno. No teníamos ni idea de cómo era aquello, pero las 3 horas y pico de espera hizo que estuviéramos ansiosos por entrar. "No llevo bañador, ¿nos darán uno?", "Y si nos dan uno, ¿cuántos usos tendrá ya?", "Porque nos darán uno, ¿no?", "Y el agua ... ¿cómo estará?, ¿calentita?, ¿tibia? ... ¿fría?" Éstas y otras eran las típicas preguntas que nos habíamos estado haciendo durante la espera. Y todas, todas esas preguntas se te olvidaban al franquear la puerta que separa la zona de espera del interior, donde se encuentran las piscinas. Una vez dentro, lo primero que pasó es que se nos acercó un hombre -de poca estatura-, vestido con un traje impecable y nos preguntó si hablábamos francés. Todavía nos quedaba algo de buen humor y entre sonrisas le indicamos que no, que éramos españoles. Es entonces cuando empezó con sus explicaciones en un perfecto español afrancesado: "Oh, la la, españoles, ¡qué magavilla!" "¿De dónde sois?", "¿De Bagselona? Yo soy dessendiente del Duque de Cagdona". Mientras, nosotros, asentíamos con una sonrisa boba en nuestros rostros. Le preguntamos qué tal estaba el agua. La respuesta, así, a bocajarro y gritando, fue "FGÍA, MUY FGÍA". Ya no había vuelta atrás.

Nos indicó que debíamos entrar en una zona separada por unas cortinas de lona blancas con rayas gruesas azules (o azules con rayas gruesas blancas). Cada uno a una zona distinta. Lo que vivimos a continuación fue en absoluta soledad, sin un conocido con quien comentar la jugada. La soledad. Cuando entré en esa zona la imagen era dantesca. A la humedad en el ambiente, le acompañaba un silencio sepulcral y cuatro o cinco hombres sentados ¡en calzoncillos! en dos bancos de madera, uno a cada lado de la estancia. Y otra cortina gruesa separando esa estancia del lugar en el que debía encontrarse la piscina. Saludé con un hilo de voz, mientras que iba desvistiéndome hasta quedarme en gayumbos (suerte que ese día llevaba unos boxer monísimos) a la vista de mis nuevos compañeros de aventura. Cuando acabé me senté a esperar. No sabía muy bien lo que me esperaba. Mi cabeza iba a toda velocidad pensando en mil cosas que podía encontrarme y atormentándome esa imposibilidad de huir. En éstas me encontraba cuando, de repente, se abrió la otra cortina (la que separaba esa "sala de espera" de la piscina) y apareció un tío empapado y aterido de frío, mientras un hombre que estaba escondido tras la cortina llamaba al siguiente. Y así, uno a uno, fueron desapareciendo y apareciendo empapados mis fugaces compañeros de espera. Hasta que llegó mi turno. No había duda de que me tocaba a mí, pues era el último y no había posibilidad de amablemente ceder mi turno. Entré y me encontré a dos tipos ataviados con unos enormes delantales, como los que usa un matarife en un matadero. Un escalofrío recorrió mi cuerpo ... y no solo por el frío que allí hacía. Me dijeron que me quitara los calzoncillos y los colgara en un gancho que había en la pared, un gancho como los que hay en un matadero. ¿Qué podía salir mal?. Cuando me disponía a desprenderme la única prenda que cubría mi cuerpo, se acercaron detrás y con una especie de toalla me cubrieron para preservar ese íntimo momento. Un detalle, la verdad. Esa misma toalla -fría y empapada como pocas cosas he visto en mi vida- la usaron para tapar mi desnudez envolviéndola alrededor de mi escuálido cuerpo. Todavía estaba preguntándome cuántas personas habría cubierto esa toalla, cuando, cogiéndome por los hombros, uno a cada lado, me colocan delante de la piscina (una especie de hueco con baldosas en el suelo) a la que se accedía bajando dos o tres escalones. Me vuelven a preguntar de dónde soy y cuando les digo que español, me dicen que no, que no hablan español, pero sí inglés, francés, italiano ... "Da lo mismo, italiano", contesté mientras pensaba que quizá mis últimas palabras en este mundo serían en ese idioma. Me señalan una imagen de la Virgen que presidía esa sala y me animan a rezar alguna oración y a pedir algo (para eso viene la gente, ¿no?). Muy breve debió ser mi oración y mi petición porque, aun habiendo acabado, allí no se movía nadie. Les indiqué varias veces que ya había acabado, pero me ignoraron completamente. Cuando ellos estimaron que ya tenía que haber acabado, me dijeron que bajara los escalones y me introdujera en la piscina. El agua estaba -como dijo el descendiente del Señor de Cardona- fría, muy fría. Me dijeron que diera unos cuantos pasos hacía adelante y que me detuviera en el centro de la piscina. El agua me llegaba a la altura de la mitad de los muslos. Una vez allí, cuando estaba totalmente desprevenido y en la más absoluta duda acerca de qué podía pasar a partir de ese momento, los hombres de los delantales, en un movimiento ágil y rápido propio de un karateca, me hicieron una llave y me tiraron de espaldas al agua dos veces, cubriéndome en su totalidad. Esa sensación de frío y la nocturnidad y alevosía con la que actuaron hizo que se me escapara un sonido aterrador. Aterido de frío me dirigen al gancho en el que se encontraban mis calzoncillos. Me los pongo de la misma forma que me los había quitado (con esa toalla cubriéndome), abren la cortina y me sueltan en la sala de espera. Me visto sin poder secarme y abandono ese espacio para encontrarme con mis compañeros de aventura. Nos cruzamos unas miradas con la que nos dijimos todo. Es una experiencia única, por lo menos para mí. Vamos que no la pienso volver a repetir.
Piscina de Lourdes

Antes de acabar, quisiera dejar claro que, aunque lo pueda parecer, no se trata de una burla. Es más, no solo respeto profundamente lo que allí se vive, sino que animo a todo el mundo a que pase por esta experiencia y que una visita a Lourdes, deja huella.


jueves, 28 de febrero de 2019

Una analítica y un juicio


El otro día fui al médico. Hacía un año que no iba y había algún que otro tema a comentar.

Yo no sé lo que tardan otros en la consulta, pero lo cierto es que yo voy rápido (mi médico de cabecera ayuda a ello porque acostumbra a responder con monosílabos cada vez que le planteo un tema) y, en 5 minutos ya habíamos acabado.

Me mandó hacerme una analítica y una ecografía de abdomen. Le insistí en que -no estoy del todo seguro, pero tengo la certeza- no estaba embarazado. A pesar de ello, mantuvo lo de la ecografía.

Ayer, bien temprano, acudí en ayunas a mi CAP (Centre d'Assistència Primària) para la extracción (de sangre). Entré en la sala de espera un poco antes de la hora prevista (Sala de Parquet para más señas) y un (fuerte) olor a ajo reinaba en el ambiente. Entre los que esperaban había varias personas de avanzada edad (mayores que yo, vamos) y mis sospechas sobre el origen del olor se centraron en éstos. Gracias a Dios no estuve allí más de 10 minutos. Llamaban en grupos de 5 ó 6. Oí mi nombre por el altavoz y me dirigí a la consulta anunciada. Al llegar, una ¿enfermera? me preguntó (sic) "¿Trae el pipí?". Ante mi cara de sorpresa, añadió "Ah, vale, no le han dado el bote".

"No, no es que no me hayan dado el bote, que tampoco, sino es que no me dijeron que debía traer eso. Me dijeron que era un análisis de sangre"

"Bueno, no se preocupe (como si lo estuviera), ahora le extraemos la sangre y después me trae el pipí" y acto seguido me entregó un bote en el que debía vertir la orina.

Como soy un hombre de costumbres, me había presentado en el CAP aseado y con las necesidades cubiertas, por lo que intentar llenar ese bote se antojaba misión imposible. Aún así conseguí aportar una cantidad suficiente para su cometido (espero). Me salté la cola que había en ese momento y entregué mi muestra. Pusieron su etiqueta (espero que coincidiera con la de las muestras de sangre) y me fui de allí.

Me sorprendió -y mucho- que en ningún momento me requirieran para que me identificara. Simplemente me preguntaron mi nombre, comprobaron que estuviera en la lista de los citados para ese día y procedieron a poner muchas etiquetas con números y códigos de barra en los recipientes habilitados para recoger las muestras. Sé que es una tontería y que no creo que nadie quiera engañarse a sí mismo, pero podría haber enviado a cualquiera haciéndose pasar por mí y sus resultados serían mis resultados.

Después volví a casa y desayuné. Me fui al despacho y de ahí al Juzgado porque tenía un juicio a las 11:00 h. Al llegar al edificio de los Juzgados me encontré con otro abogado con el que había coincidido hace pocos años en un asunto. Debe tener treinta y tantos años. Pues bien, al verme, no se le ocurre mejor saludo que "Hola, compi". No sé si porque me había desangrado o porque no me quedaba pipí en mi cuerpo, lo cierto es que solo pude contestarle con un "Hola". Sin embargo, en mi interior no paraba de darle vueltas a ese "compi".

En esas condiciones (sin sangre ni pipí y aturdido por el saludo de un compañero de profesión) debía afrontar un juicio de un cliente del turno de oficio acusado de un delito de impago de pensiones (no pasaba la pensión de alimentos en favor de su hija menor desde hacía mucho tiempo). Como la pena solicitada no era muy alta (12 meses de prisión), me las prometía muy felices confiando que eso acabaría en una conformidad con el Ministerio Fiscal. Pues no. Mi cliente decidió que él no tenía que asistir al juicio, a pesar de estar citado en forma. Como la pena solicitada no era superior a 2 años de prisión y constaba citado en forma, podía celebrarse en su ausencia. Así que imaginaos el papelón que me tocó hacer (uno más), solicitando la libre absolución de mi patrocinado, a pesar de la comparecencia de la testigo perjudicada (la madre de la menor) y la petición de condena por parte del Ministerio Fiscal.

sábado, 2 de febrero de 2019

Los niños hay que tenerlos joven

He encontrado una foto de una
niña guapa cumpliendo 3 años
No lo sé. No sé qué me ha pasado, pero de repente me ha venido una ¿musa? que me ha empujado a escribir una entrada.

Antes de empezar a escribir he tenido que hacer un esfuerzo titánico (ya será menos) para recordar la contraseña y he aprovechado para actualizar las edades de los hijos y darme cuenta de que todavía no se ha ido ninguno de casa (😡).

Al escribir la edad de la pequeña, compruebo que el tiempo pasa volando -y más para los (pocos) que me leéis- porque la muchacha ya ha cumplido 3 años y constato también que los hijos hay que tenerlos cuando uno es joven. No puede ser que un tío con casi 50 años tenga un hijo, la naturaleza humana no está preparada para eso: las noches en las que decide no dormir ya no son llevaderas, cuando te tiras al suelo para jugar con ella y ella decide que ya no quiere más, pasa un buen rato hasta que te levantas (se ha dado el caso de que alguno de los mayores me ha encontrado, solo, sentado en el suelo rodeado de piezas de puzzle en el intervalo de tiempo que transcurre entre que la joía niña ha decido poner fin a los juegos y yo consigo levantarme), las reuniones del cole de la niña son deben ser ... 

Mención aparte merecen los paseos con la pequeña. Me he hecho especialista en leer pensamientos de la gente que nos mira y puedo asegurar que en un 99,99% de los casos la gente piensa que "los abuelos están paseando a la nieta". Este pensamiento-comentario tiene su lado positivo porque a renglón seguido añaden eso de "pues que abuelos tan jóvenes". Claro, partirle la cara a alguien porque ha pensado eso (y además con un erróneo, pero amable comentario, al final) no es plan. El 0,01% restante de pensamientos-comentario es "Mira éstos, tan mayores y con una niña pequeña".

No entraré en el asunto relativo a las reuniones del cole porque -lo confieso- todavía no he ido a ninguna. Sé que es muy importante para su desarrollo integral como persona conocer si en este momento hace bien o no la pinza a la hora de coger el lápiz, si no muerde a todos sus compañeros/as de clase, si le atenaza el solo hecho de pensar en la inmensidad del universo ... pero ... lo reconozco, me ha dado mucha pereza ir a alguna de las reuniones.

Sin embargo, un día (A. me lo rogó encarecidamente) fui a una merienda que los matrimonios encargados de curso organizaron en el mismo colegio para conocernos mejor. Como os podéis imaginar, comparecí con unas ansias locas de conocer a otros padres que se encuentran en la misma parecida similar opuesta situación a la nuestra. Aquello estaba lleno de padres novatos y yo acudía con numerosos prejuicios tipo "Pobrecilla, no han podido venir sus padres y lo han hecho los abuelos", "Caramba, vaya carcamales los padres de A. jr" o simplemente un "¡Ahí va!, se ha colado un señor en la merienda" ... Sin embargo, he de confesaros que mi sorpresa fue mayúscula al comprobar que, si bien era el mayor de los reunidos (bueno, me queda la duda con uno que tenía menos pelo que yo y que si de verdad es más joven, la vida le ha tratado muy mal), no creáis que la diferencia era tan notable. Eso me llevó a la conclusión confirmación de mis sospechas acerca del implacable retraso que se da en el momento en que los padres deciden eso, ser padres.

No quisiera ser injusto y no reconocer a los mayores su inestimable ayuda con la pequeña. Muchas veces nos ayudan (o se ocupan ellos) con la ducha, con vestirla, acostarla, entretenerla ... Os pondré un ejemplo: el día de Reyes, A. y yo recibimos un regalo de nuestros hijos. Al abrirlo comprobamos que se trataba de una de esas cajas consistente -en nuestro caso- de una cena, noche de hotel y desayuno para los dos. Me gustó, pero, sin duda alguna, lo que más me gustó era la nota que acompañaba el regalo. Era una nota de todos nuestros hijos en la que decía que nos fuéramos que ellos se habían organizado para ocuparse de A. jr. durante ese fin de semana.

Creo que voy a acabar aquí porque, después de tanto tiempo sin escribir, tampoco hay que abusar. Intentaré (no puedo prometerlo) ser más regular con las publicaciones. Gracias por seguir ahí.