Dejamos el relato de ayer al inicio del segundo día de aventura, pero, gracias a Dios la memoria es selectiva y soy incapaz de recordar, día a día, aquella experiencia.
Recuerdo que anduvimos mucho y a una altura considerable, pues la vegetación era escasísima (he intentado buscar una foto con esas características para ilustrar esta entrada, pero todas eran imágenes de lo más bucólico), abundando, eso sí unas piedras de considerable tamaño.
Una sensación que no he logrado olvidar es que cada vez que a lo lejos divisábamos una cima, este profesor nos decía que detrás de ella había un valle y, en el centro del mismo, Salardú, nuestro destino. Yo, que soy más de piso que un enchufe, me imaginaba una estampa idílica: un verde valle, en el centro un pintoresco pueblecito del que sobresalía su románico campanario. Sin embargo, al llegar a la cima, nos asomábamos ansiosos y ... ¡sí, había un valle! ... pero como el que acabábamos de atravesar: pedregoso, sin vegetación y al final otra cima. No sé cuántas veces pasó esto, pero de lo que estoy seguro es que no fueron ni una, ni dos.
Otro recuerdo que mantengo fresco es cuando al profe le dio un yuyu. Empezó a subir muy lentamente (conviene aclarar que él siempre cargó con la mochila que más pesaba, la de la tienda de campaña porque nosotros no estábamos dispuestos a hacerlo como muestra de nuestro enfado) y en un punto determinado dijo que no podía más, que estaba muy cansado. Observé entonces que tenía las pantorrillas un poco hinchadas y rojas y así se lo advertí. Es entonces cuando, un poco asustado, nos pidió que sacáramos de una mochila unas botellitas de coñac (sí, aquéllas que por su tamaño eran de decoración o de colección que venían en una bolsa de malla, como las naranjas o lo que lleva cualquier pubilla en la cabeza). Nosotros, mientras tanto, comentábamos por lo bajo que todo era cuento, que lo único que quería era beberse el alcohol. Más tarde, se le bajó un poco el calcetín y pude observar cómo existía una perfecta separación entre la piel blanca y la roja (se había quemado por el sol), así como que su complexión era la que médicamente se califica como pícnica, lo que explicaba la hinchazón y la tonalidad roja.
Llegamos incluso a plantearnos -sin que él lo oyera- la posibilidad de dejarlo ahí tirado y seguir nosotros. Evidentemente desistimos cuando uno de nosotros apuntó lo difícil que resultaría volver teniendo en cuenta que, por edad, ninguno de nosotros tenía permiso de conducir. No éramos tan malos, éramos jóvenes (no pensábamos mucho antes de hablar) y estábamos molestos enfadados con este profe.
Como alguno imaginará, el estar varios días vagando (ya apunté que, pasado un tiempo, este profesor nos confesó que se había perdido) por la montaña comporta, entre otras cosas, la obligación de hacer ciertas cosas en un ambiente muy distinto al que nuestra urbanita y cómoda vida nos tenía acostumbrado.
Esta excursión marcó la relación que tuve con este profesor. Reconozco que nunca fui bueno con él y que me burlaba en sus clases (más de una vez me echó de clase). Como en su asignatura saqué muy buenas notas, cuando estábamos a final de curso en COU intentó varias veces convencerme para que cursara estudios universitarios de Filosofía. Es evidente que no lo consiguió.
Hay que agradecerle, no obstante, que consiguiera -supongo que involuntariamente- unirnos más a estos cuatro amigos. De vez en cuando nos vemos y siempre recordamos -con muchas risas- esta aventura. Muchas gracias, Sr. M.
Querido pater, aunque solo sea por solidaridad contigo, me declaro públicamente ENEMIGA DE LA MONTAÑA. Y creo que hasta el mismo profesor te perdonaría en su momento aquellas burlas.
ResponderEliminarSara
Si ese profe te había echado varias veces ¿ te enfadas si mi profe de física me echa 1 vez?
ResponderEliminarP
Sí, hijo. La diferencia es que luego sacaba buenas notas. Ademá, cuando seas padre lo entenderás
ResponderEliminarMe gustó la imagen de la montaña que esperábais encontrar en el valle siguiente y que nunca llegaba, es como un gran simil de tantas situaciones de la vida, ¿verdad?
ResponderEliminarMenos mal que no cedisteis a la tentación de dejarle abandonado. Creo que con el paso del tiempo habríais recordado esa decisión con mucho arrepentimiento, especialmente si le hubiera ocurrido algo. Menos mal que fuísteis prudentes.
Jajaja, no hay nada como un buen blog para mantener una conversación padre/hijo...
ResponderEliminarSara
Yo también sacaré buenas notas, ya lo verás
ResponderEliminarP
... alomejor te gustaría leer Viaje al Pirineo de Lérida de Cela . Saludos domingueros Plutonio!
ResponderEliminarEso espero
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