jueves, 20 de enero de 2011

Travesía del Pirineo en Jeep (1ª parte)

Como ya os adelanté el otro día cuando hablaba de la montaña, justo antes de empezar 3º de BUP hicimos una excursión por el Pirineo con el que sería nuestro profesor de Filosofía durante los dos próximos cursos académicos, esto es, 3º de BUP y COU.

Era el mes de septiembre y las vacaciones de verano a punto de finalizar. De hecho, la "travesía" la finalizamos dos días antes de empezar el nuevo curso.

Este profesor me llamó por teléfono proponiéndome un  plan muy atractivo: "Haremos -dijo- una travesía en Jeep por el Pirineo. Llama a algún amigo tuyo, que yo llamaré a otros de las otras clases" Contacté con R, D. y T., tres amigos míos del colegio y nos presentamos a la hora acordada en el lugar señalado. Al rato apareció él (solo, muy solo) con un Jeep. Nos dijo que no había conseguido animar a nadie. Así que iniciamos nuestra aventura los cinco, mis tres amigos, el profe y yo.

Llegamos a Andorra y, al pasar junto aquel primer centro comercial ("Punt de Trobada") nos dijo que aquello era un "engañabobos", que ahí todo era mucho más caro. Montamos dos tiendas de campaña en un camping y nos pusimos a dormir, yo con dos amigos míos en una tienda y el profe con el otro. Al día siguiente, salimos de Andorra en dirección a Espot y, antes de abandonar "El país dels Pirineus", el profe decidió parar en el "engañabobos" a hacer unas compras: básicamente comida para los próximos días. No paraba de exclamar que todo era muy barato (!).

Al llegar a Espot comenzó nuestro calvario. Nos dijo que dejábamos allí el coche para ir ca-mi-nan-do hasta Salardú. Esa era la travesía del Pirineo. No parábamos de andar. Al llegar la noche montamos una tienda (para evitar peso, decidimos llevarnos sólo una en la que, un poco justos, eso sí, cabíamos todos). Nos propusimos preparar la cena. De primero, arroz blanco. Cuando ya estaba hecho, uno decidió que, en lugar de que cada uno se pusiera la cantidad que quisiera, era mejor echarle la sal a todo el arroz. Cogió un salero comprado en el "engañabobos" y ... ¡saltó la tapa!, derramándose toda la sal en el arroz. Como la sal y el arroz compartían el mismo color y la noche no nos dejaba distinguir más allá de nuestras narices, optamos por tirarlo todo. Después del incidente, teníamos todavía más hambre, así que el profe nos dijo que no nos preocupáramos, que abriríamos una lata de salchichas que habíamos comprado. La lata era enorme, allí cabían, por lo menos, 30 ó 40 salchichas. La noche nos confundía, intentábamos pinchar alguna salchicha con un tenedor, pero no veíamos nada. Cogimos unas cuantas (el tamaño era sospechosamente pequeño para tratarse de unas salchichas de frankfurt) y las pusimos en la sartén al fuego. Aquello empezó a hacer un ruido rarísimo. Cuando uno se acercó bien y la probó, soltó un grito de asco... ¡eran zanahorias hervidas! Nos acostamos con más hambre que el que se perdió en la isla.

A la mañana siguiente nos despertó el profesor con gritos marciales mientras se lavaba las manos, la cara y el torso en el río. El agua estaba helada, por lo que nuestro "baño" consistió en mojarnos la cara.

Allí descubrí y probé (por primera y última vez) los litines, una especie de polvos que se le echaban al agua para evitar que, la falta de costumbre de beber agua tan pura, nos dañara el estómago. El agua quedaba como el Vichy catalán, pero el sabor era otro.

Iniciamos así nuestro segundo día de calvario travesía.




4 comentarios:

  1. Jajajaja, Pater. ¿Te quedaron ganas de hacer otra excursión después de eso?. Yo hubiera llamado al hotel, piso o lo que fuera que me hubieran prometido, eso echándole mucho valor...
    Sara

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  2. Esto es sólo una parte y me parece que es suficiente explicación para entender mi anterior entrada: ¿Por qué no me entusiasmaba la montaña?

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  3. Jejejeje.

    Es que hasta para ir por el monte, como las cabras y las ovejas, hace falta organización. Yo no soy nada de excursiones, pero alguna vez que he ido en tren para pasear por Navacerrada me ha impresionado la gente, con sus super-mochilas, sus super-picos y sus super-botas.

    Espero que esta aventura no frustrara tu vocación exploradora, Paterfamilias.

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  4. Madre mía, Pater... ¿No llevabais linterna? Qué hambre me ha entrado pensando en vuestros estómagos vacíos... Mdenos mal que la juventud lo suple todo. No me extraña que no lo hayas olvidado ;-))))

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