Dicen los meteorólogos que una ola de frío polar ha llegado a nuestro país y sólo hace falta salir a la calle para comprobarlo. Los termómetros han bajado considerablemente y la sensación de frío es aún mayor que el frío que realmente hace. No soy seguidor del espacio del tiempo en la tele, pero recuerdo que hace ya un tiempo, en nuestra televisión autonómica, se citaban las temperaturas (máximas y mínimas) de cada lugar y la sensación térmica, que venía a ser la sensación que cada uno de nosotros sentíamos de esa temperatura. Normalmente el calor era mayor y el frío también. Además, si tenemos en cuenta las latitudes en las que nos encontramos y cómo al residir en zona costera (o pre-litoral) afecta la humedad a esas temperaturas, ese frío se te mete en el cuerpo y por mucho que te abrigues, no te lo quitas de encima.
Estos días vuelvo a oír (a los niños) aquella famosa pregunta que nos hacíamos cuando éramos pequeños: ¿qué te gusta más, el frío o el calor? Recuerdo como la mayoría de la gente contestaba que prefería el frío (el argumento no era otro que siempre podías abrigarte, en cambio con el calor, por mucho que te quites ropa, sigue estando ahí). Recuerdo también cómo yo contestaba que prefería el calor. Supongo que yo interpretaba la pregunta de forma diferente a la gran mayoría, pues en ningún momento se decía en la misma que podías abrigarte. Para entendernos, siempre interpreté esa pregunta en el sentido de qué preferías encontrándote ligeramente vestido.
Ahora que en la televisión vemos imágenes de las primeras nieves en España, me viene a la memoria una nevada que cayó un 1 de marzo del año 1991, 1992 ó 1993. Estaba yo en la UAB y empezó a nevar por la mañana. Al principio nos hacía mucha gracia. Como no paraba -al revés, aumentó la intensidad-, la cosa se fue complicando, hasta el punto que la UAB decidió desalojarnos y cerrar la Universidad. Me fui con mi amigo C. hasta la estación de Bellaterra y cuando vimos la cantidad de gente que había en el andén por el que circulaban los trenes en dirección a Barcelona, decidimos tomarnos un café (calentito) en el bar de la estación. Pasamos allí un buen rato. Mientras tanto, fuera, seguía nevando. Hasta tal punto nevó que se suspendió el servicio de los Ferrocarriles de la Generalitat de Catalunya (FGC). ¡Nos habíamos quedado tirados en Bellaterra! Hicimos alguna llamada telefónica (los teléfonos móviles no estaban tan extendidos y aunque lo estuvieran, nosotros no teníamos móvil) pero nadie podía venir a recogernos, las carreteras empezaban a cortarse al tráfico. Empezó a anochecer y decidimos irnos andando hasta Sant Cugat, donde yo vivía. No quiero exagerar, pero cada paso que dábamos, nos hundíamos en la nieve hasta las rodillas. Ya no nos reíamos tanto. Siguiendo la carretera de Bellaterra a Sant Cugat, en una zona más practicable, vimos llegar un coche (Ford Fiesta) y le pedimos que parara. Al abrirse la puerta, salió gran cantidad de humo de cigarrillo y podéis imaginar cómo olía ese coche, pero era eso o "morir" en la nieve. C. estuvo en mi casa hasta que amainó el temporal y más tarde le llevé a su casa.
Ahora C. vive en El Salvador y todavía nos acordamos de esta aventura vivida. Es más, a raíz de ésta aprendí el significado de la expresión "quedar colgat a la neu" Un hermano de C. fue el autor de la frase y cuando nos vemos, aún hoy, entre risotadas, me dice "Vau estar a punt de morir colgats a la neu".
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