Desde hace un tiempo estoy empezando a vivir una nueva época: la del padre de adolescentes. Como casi todo en la vida, tiene sus cosas buenas (cuando las descubra, prometo decíroslas) y sus cosas menos buenas.
Ayer, sin ir más lejos, nuestra hija fue a una fiesta sorpresa de una amiga de su clase y A. me pidió que pasara a las 20 horas a recogerla. Aproveché para acompañar a la estación a N. -un amigo de la familia- que vino a comer a casa y me dispuse a recoger a M.
La amiga de mi hija vive en una población en la que abundan (creo que no existe otro tipo de construcción) los chalets y las casas. Está lleno de calles que no siguen ningún orden y conseguir localizar el destino constituye una prueba de fuego. Ahora, como tengo iPhone y N. me acompañaba en el coche, utilicé la aplicación de Google Maps y, de esta forma, conseguimos nuestro objetivo.
Cuando M. me dijo que tenía que acompañar a tres amigas suyas hasta nuestra ciudad, nunca llegué a sospechar lo que eso significaría. Si difícil era llegar a esa casa, misión casi imposible era abstraerse de sus "conversaciones". Subieron en la parte trasera de la furgoneta y empezaron a ¿hablar? entre ellas a una velocidad endiablada. Escuchaban canciones de sus móviles (no dejaron acabar ni una de ellas), veían vídeos musicales y tonterías varias. Una de ellas tenía un iPhone y cuando Ma. le dijo que yo también y se lo enseñó, exclamó "Jo, tía, tiene una funda como la mía", cosa que me extrañó porque yo la adquirí en un comercio regentado por asiáticos a un precio (y una calidad, supongo) sensiblemente inferior a la del resto del mercado.
Entre el griterío de las cuatro adolescentes conseguí entender alguna frase suelta del estilo de "Esta canción es preciosa", "me encanta, tía", "ahhhh, ¿de dónde lo has sacado?", "eiii, tía, pásame esta canción"...
Hubo un momento, al principio, que estuve tentado de decirles algo, pero me abstuve de hacerlo al recordar lo que me ocurrió hace unas cuantas semanas. Ma. invitó a una amiga suya a pasar una noche en casa. Durante la cena, hablábamos todos y yo intenté interesarme por esta chica. No recuerdo haber intentado hacerme el gracioso ni nada por el estilo, pero lo cierto es que al día siguiente (creo que la amiga de mi hija ya se había ido) llegó a mis oídos un comentario que había hecho esta niña diciendo que a su padre la pasaba igual, que cuando invitaba a una amiga suya a casa, se hacía el gracioso y era (sic) "patético".
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