Hace unos días, nuestro amigo Modestino publicaba una entrada en la que explicaba sus vivencias como usuario del transporte público y concluía que, en general, había notado un aumento del individualismo y un descenso en el cuidado de las formas.
Al leerlo me recordó la época en la que diariamente debía usar el servicio de Rodalies (Cercanías) de Renfe para ir y volver del trabajo. Cada uno de los trayectos tenía una duración estimada (normalmente no coincidía con la realidad) de 45 minutos, es decir, no excesivamente largo, pero sí lo suficiente como para estar deseando llegar a casa después de una jornada de trabajo. Durante esos años (algo más de 6) fui testigo directo de innumerables vivencias y comportamientos ¿humanos? de alguno de sus usuarios.
Sin necesidad de hacer un estudio exhaustivo, pude comprobar que aún hoy en día existen muchos conciudadanos que no se duchan por la mañana y que (los mismos y otros) no usan desodorante. Si en la época de bajas temperaturas esto ya se notaba, imaginaos lo insoportable que resultaba en verano.
Coincido con Modestino en el aumento de individualismo. Sobre todo entre la gente joven abundaban los que llevaban puestos unos auriculares para escuchar música y, de paso, aislarse un poco del mundo.
También coincido en la relajación de las costumbres y la educación. Muchos viajeros ponían los pies (como el que está en el salón de su casa) en el asiento de delante, llegando a poner mala cara cuando alguien le insinuaba que quería sentarse en ese asiento.
Entre los comentarios a su entrada, se hacía mención a las pocas veces que se veía hoy en día a alguien cediendo su asiento a una persona mayor, embarazada o con dificultades para andar. Es más, creo que yo hice un comentario en ese sentido. Sin embargo -y hablo desde un punto de vista estrictamente personal- a veces se hace complicado una cosa tan sencilla como ceder tu asiento. Me explico:
Un día estaba yo sentado en uno de los asientos laterales de un vagón de Renfe leyendo el periódico y, a medida que avanzaba el trayecto, el vagón se iba llenando de gente. Yo estaba absorto en mi lectura y hasta pasado un buen rato no reparé en ello. Levanté la cabeza y vi a una mujer que llevaba un vestido muy suelto adivinándose una gran tripa debajo del mismo. Enseguida me levanté y, delante de todo el mundo, le dije que por favor ocupara mi asiento. Me miró con cara de pocos amigos y me contestó muy secamente con un "¿Por qué?". Me quedé descolocado y no supe qué contestarle. Observé que la mujer que la acompañaba (ya sabéis, la típica "amiga", pero que en el fondo es una arpía) hacía esfuerzos por no reírse, por lo que fui consciente de mi metedura de pata: no estaba embarazada, sino gorda. La señora a la que ofrecí mi asiento volvió a preguntarme que por qué tenía que sentarse. Todo el vagón contemplaba la escena. Sólo pude murmurar un "Nada, era por si quería" y me volví a sentar.
Desde entonces, cada vez que entra alguien en un tren o autobús empiezo a preguntarme si es bueno cederle el sitio o no. Con el tema de la edad, por ejemplo, también es muy complicado. Hay personas a las que cedes el asiento porque la ves mayor y se ofende porque la estás llamando vieja. No sé, es una cosa complicada.
Ahora, cuando me entran dudas, me levanto como si bajara en la siguiente parada. Si ocupa mi sitio, perfecto y si no ... también.
A la secular falta de educación hispana en los medios de transportes se le ha juntado una exquisita auto sensibilidad de los viejos por no parecer viejos, los minusválidos por no parecer minusválidos y las embarazadas por no parecer embarazadas. Aquí ya nadie quiere parecer lo que es. Y lo que es peor, a los que seguimos manteniendo las buenas formas se nos están quitando las ganas.
ResponderEliminarCada vez me resulta más difícil encontrar un lugar donde respondan a mis buenos días. Reconozco que en el sur somos más espléndidos con las formas y la urbanidad. En Madrid paso totalmente ya de dar los buenos días.
A mí también me ha pasado lo del embarazo, pero no me lo tomo a mal. (Yo sería la de la tripa). Y lo de dejar el sitio a un anciano y que se moleste, también. El caso es que resulta mejor no mirar a nadie, me temo.
ResponderEliminarjajajaja pobre señora "embarazada" P.
ResponderEliminarSi, peroooooo, ¿acaso no hay que dar ejemplo?. Cierto es que puedes "meter la pata", pero si tus hijos no te ven haciéndolo, cómo pretendemos que ellos lo hagan. Sin hablar de la propia conciencia. Odioso individualismo.
ResponderEliminarYo llevaba mas de 1 año en Argentina cuando un amigo me invito a su boda en un pueblo de Salamanca. Al terminar la ceremonia, charlando animadamente con el grupo de amigos y sus respectivas, de pronto me acuerdo que fulanita y fulanito estaban esperando un hijo. La miro y, efectivamente, debian estar esperando un hijo...
ResponderEliminarY, como aquel que esta pendiente de todos los detalles, le pregunto:
-"Y? Fulanita? Para cuando?...Porque ya te queda poco, no?"
Silencio sepulcral en el corro de los amigos.
-"Ejem, es que..., lo tuve hace ya 2 meses..." (vocecita)
A lo que el marido, delicadamente añadio:
-"Pero si es que te lo vengo diciendo yo, que estas hecha un trullo y que a ver si te pones a regimen de una vez..."
(Ideal para eso de la "depresion post-parto"...)
Hace un tiempo se separaron. No se si eso tuvo algo que ver. Pesaria sobre mi conciencia eternamente...
Bien resumido Bate, eso mismo quería decir. No se puede expresar mejor en tan pocas palabras.
ResponderEliminarSusana, me alegro que no seas de las que te molestas.
De pobre señora, nada, P.
Sara M. tienes razón en eso de dar ejemplo, pero me parece que no he ido con mis hijos en transporte público ni una sola vez. No sé, a lo mejor sí.
jajajaja Primogénito, esa también nos ha pasado a todos. Ahora bien, no soy consciente yo de haber "ocasionado" un divorcio. ;-)
Yo, como soy políticamente incorrecta, cuando estaba embarazada de Criatura, y te aseguro que se notaba que era embarazo, si nadie me dejaba un sitio en el metro, hacía lo siguiente:
ResponderEliminarMe dirigía al asiento reservado para embarazadas y mayores, miraba al que iba sentado allí y le decía, que, por favor, me cediese MI asiento. Normalmente, no hacía ni falta. En cuanto me aproximaba toqueteándome la tripa, alguien se levantaba... hombre!