Por fin se acaban esos días que no son ni chicha ni limoná. Aunque los niños estén de vacaciones, A. y yo trabajamos. Aunque A. y yo trabajemos, los niños están de vacaciones.
Se acabarán esas discusiones cuando los mandamos a dormir. Se acabarán esas luchas para que se levanten antes de que me vaya a trabajar. Sé que vendrán otras luchas (ay, miedo me dan esos deberes), pero se acabarán muchas otras: "¿cuánto tiempo habéis estado conectados a internet?" (he llegado incluso a llevarme el módem al despacho para evitar que se pasen el día ante el ordenador), "¿has hecho tus encargos?", etc. Y todo ello en ese hogar al que le falta muy poco para perder ese nombre y pasar a ser una pensión de tres al cuarto. Tengo una mujer muy previsora (sé que es una suerte), pero deberíais ver lo de bolsas que hay por todas partes. Son bolsas con los libros de cada uno de nuestros hijos, todas bien preparadas, pero al no haber un "cuarto de las bolsas de libros preparadas" están amontonadas en nuestro dormitorio, otras contienen parte del material escolar. ¿Y los uniformes? Eso ya es la bomba. Este año tuve la suerte de irme a trabajar cuando A. decidió que debía probar uniformes a los niños. Es un escena que conozco de otros años: niños en calzoncillos alineados frente a nosotros, les entregamos unos pantalones que se prueban y ... "niño esto te va pequeño". Llamas al siguiente, se lo prueba y ... ¡le va bien!. Después viene aquello que si sois seguidores de este blog ya sabéis ... ¡Efectivamente!, se le añade un punto en su etiqueta y ya está. Hay que tirar camisas porque están muy gastadas, calcetines agujereados que ni remendándolos, pantalones con un agujero en un lugar en el que es imposible poner una rodillera ...
Las vacaciones han estado muy bien, pero ya empiezo a tener ganas de que todo vuelva a la normalidad. Este periodo de tiempo es agotador y tengo la sensación de que cuando tienes hijos adolescentes lo es aún más. No sé, alguno que esté o haya estado en esta situación podrá sacarme de dudas.
A. siempre me dice que la adolescencia es una época que tiene cosas muy divertidas (¡para el adolescente!, pienso yo). En el fondo me alegro que piense así porque nos complementamos. Vamos, si por mi fuera, al cumplir esa edad los mandaba a un internado. Ahora más en serio, tampoco es un drama, pero cansar, lo que se dice cansar, cansa ... ¡y mucho!
Mañana seguramente nos iremos a Port Aventura. Nuestra amiga J. (la mujer del irlandés) ha conseguido aquellas pulseras que te permiten subir a las diferentes atracciones sin necesidad de hacer cola. Ya os contaré otro día qué se siente desde el otro lado (siempre había visto este privilegio desde mi posición del que hace la cola).
¡Por Dios Pater, vamos por partes!. Lo del "amontonamiento" de bolsas con libros, no me lo quiero ni imaginar; yo con dos ya lo tengo todo invadido, mejor no pienso en lo tuyo. Lo de los uniformes, pues más o menos, con más o menos suerte según lo mires (los míos heredan menos, jejeje). Que por cierto, un consejo para los remiendos de A.: cuando hay un pantalón con un agujero imposible de tapar con una rodillera, a veces todavía tiene solución. Si no es demasiado grande ni llamativo, le pegas una rodillera, pero por dentro, y según donde sea pasa desapercibido (yo lo he probado en el trasero de los pantalones del chándal, lleno de agujeritos minúsculos...). Y por último pero no menos importante: la adolescencia. Yo todavía estoy en la pre, y a veces como tu mujer me lo tomo mucho a guasa, pero el carácter que van echando, los porqué "todos mis amigos si (la mayoría de las veces falso) y yo no", y el tener que dar explicaciones absolutamente por todo... agotan, y mucho. Y si encima le añades las peleas entre hermanos... (ahí sales perdiendo tú, jajaja). Como dice una amiga mía: hasta los tres años, los niños agotan físicamente; a partir de los tres, psicológicamente (y para mí esto es mucho peor).
ResponderEliminar¡Ánimo, que ya queda menos!
(vaaaaaaya rollo que he metido)