Desde que empezaron a llegar niños a casa fuimos variando nuestro inicial horario (el horario normal de cualquier adulto normal) y adaptándolo a las necesidades de los pequeños.
Como tú no escoges madrugar, sino que te viene impuesto, para poder dormir un mínimo de horas, fuimos adelantando el momento de acostarnos. Era pura supervivencia. También es verdad que con el paso del tiempo tu organismo se acostumbra a dormir menos. Todavía recuerdo la decepción que me llevé en una escapada de fin de semana que A. y yo conseguimos hacer realidad. El domingo me desperté a las 8 de la mañana. Estábamos sin niños y anhelaba dormir no sé cuántas horas recordando viejos tiempos. Pues no, a eso de las 7 y pico ya me dolía la zona lumbar y después de dar varias vueltas en la cama, decidí levantarme.
Con la comida pasa lo mismo. Acostumbrados a que entre las 12,30 h y las 13 h se tomaran su papilla, potito o lo que fuera y que después dormían su siesta, optamos por comer a una hora más temprana de lo habitual y así hacer coincidir nuestra "cabezadita" con la parte final de su siesta. Esto ya se ha convertido en una tradición y -ya no comen a hora tan temprana- tenemos establecida la hora de la comida entre las 13,15 y las 13,30 h El único problema es que aquellos que llaman por teléfono a la "hora de comer" creyendo que así nos encuentran en casa, no saben que lo que hacen es perturbar nuestro descanso.
Una de las sorpresas que depara este horario es que te das cuenta de lo que llega a cundir un día. De verdad os lo digo, un día es largo, muy largo y da para mucho. Imaginaos por un momento que a las 10 de la mañana ya estamos todos desayunados, vestidos y con la casa más o menos ordenada, o que a las 16,30 h tus hijos te están pidiendo merendar. Después de merendar tienes toda la tarde por delante para hacer infinidad de cosas.
En definitiva, merece la pena adelantar todo un poco (también la hora de levantarse) y os sorprenderéis de lo que da de sí un día cualquiera de fin de semana.
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