Desde hace unos días oigo hablar acerca de la supresión de la Ley de Memoria Histórica, esa especie de norma que elaboró el anterior gobierno y que no hizo otra cosa que reabrir heridas que ya estaban cerradas o a punto de hacerlo.
Eso me ha llevado a escribir la historia de mi abuelo materno, historia que la mente de un niño vive de una forma especial y que, el hecho de que mi abuela materna conviviera con nosotros, ayudó a mantenerla viva.
Mi abuelo se llamaba como yo (lo sé, es más correcto decir que yo me llamo como él) y era maestro, como mi abuela, su mujer. La palabra "maestro" significaba algo más que lo que entendemos hoy por profesor y más en las poblaciones no excesivamente grandes.
Poco tiempo antes de estallar la guerra civil mis abuelos se encontraban en Fuenteovejuna (compruebo en la página web de su Ayuntamiento que es Fuente Obejuna, aunque parece aceptarse ambas formas) como maestros de su escuela. Según nos contaron siempre, mi abuelo era muy simpático y con un carácter muy abierto lo que, como se verá más adelante, en alguna ocasión le causó algún problema. Si bien políticamente no se había destacado en exceso, mi abuelo era considerado de derechas, entre otras cosas por asistir a Misa los domingos.
Cuando la situación estaba muy convulsionada, mi abuelo, su familia y algunos más, estuvieron un tiempo escondidos en un cortijo cercano a esta población. Durante el día se escondían en la Sierra, quedando allí las mujeres y los niños. Allí llegaban los rojos pidiéndoles que les dijeran dónde estaban los hombres, que lo mejor era que lo dijeran o si no los matarían delante de ellas.
En una ocasión, junto con otro compañero decidieron ir hasta Córdoba, que en aquel entonces era ya territorio nacional, pero mi abuelo desistió porque no se atrevía a dejar a su mujer sola con una niña pequeña y embarazada de otra (mi madre). Al poco, volvieron al pueblo.
Una tarde en la que el telegrafista estaba de guardia, mi abuelo le pidió a mi abuela que le preparara un poco de café y lo pusiera en un termo porque tenía previsto acompañar un rato a su amigo el telegrafista. Mi abuela le desaconsejó ese plan alegando que llevaban ya unos días con excesivo revuelo, no solo a nivel nacional, sino también en Fuenteovejuna. Aun así, mi abuelo estuvo con el telegrafista varias horas y cuando, ya de noche, decidió volver a casa, se pasó por el Ayuntamiento con la excusa de preguntar acerca del cobro de la ayuda de habitación (un extra que recibían los maestros por aquel entonces y que, dadas las circunstancias, llevaba cierto retraso). Es preciso señalar que en las poblaciones no excesivamente grandes, los Ayuntamientos no seguían un horario a rajatabla, por lo que no era del todo atípico que quisiera pasarse por allí a esas horas. Al llegar al Ayuntamiento se encontró con que había mucho movimiento, pudiendo observar incluso cómo los que allí mandaban entonces introducían armas en la Casa Consistorial. En ese momento, alguien le preguntó que qué hacía allí, a lo que él, con cierto miedo en el cuerpo contestó que quería saber algo acerca de aquella ayuda. Enseguida uno de los que estaba metiendo armas le dijo que "vendría para lo que hiciera falta, ¿no?". "Sí, sí, claro, contestó él". Sin embargo, insistieron y le dijeron que querían ese "compromiso" por escrito, a lo que él, sacando una tarjeta de visita escribió en el dorso "se pone a disposición de este Comité" (frase con inequívocas connotaciones políticas y, concretamente, de uno de los bandos de la contienda). Y ahí quedó la cosa. No le contó nada de eso a mi abuela.
Pasaron los meses y los nacionales avanzaban hacia el pueblo. Cuando ya era más que evidente que lo tomarían, hubo mucho trasiego en el Ayuntamiento, eliminando multitud de documentos comprometedores para cualquiera de sus habitantes. Una persona tomó en sus manos la tarjeta que meses atrás había firmado mi abuelo con la intención de romperlo (como se había hecho con todos los anteriores), cuando una mano le frenó obligándole a entregarle ese documento. Al parecer, la persona que cogió esa tarjeta de visita con la maldita inscripción dijo "Esto para rajarlo" y quien la frenó contestó "Eso déjalo ahí, si no quieres que te rajemos a ti". Y añadió "Algo habrá que justificar, ¿no?". Así se lo confesó a mi abuela, días más tarde el conserje del Casino, testigo directo de los hechos y persona a la que le impidieron quemar la tarjeta de visita, como se había hecho con tanta documentación de tanta gente.
Parte de la familia de mis abuelos se desplazó a Fuenteovejuna con la tranquilidad de que la población había sido tomada por los nacionales.
Cuando se consumó la toma de Fuenteovejuna por parte de los nacionales, encontraron ese documento y al día siguiente, estando mi abuelo en la plaza del pueblo con su brazalete blanco (eso distinguía a quienes eran partidarios de los nacionales), se le acercó un joven falangista preguntándole si era fulanito de tal, a lo que él contestó, que sí, que era él. En ese momento, el niñato le arrancó el brazalete y le dijo "Vente conmigo". Y se lo llevó al Ayuntamiento. Cuando la familia fue alertada de ello, un familiar de mi abuelo se acercó hasta el Ayuntamiento para interesarse por él y allí le dijeron que no estaba allí, que estaba en el calabozo. Al día siguiente, se volvió a acercar a llevarle un poco de desayuno y allí le dijeron que no hacía falta, que lo habían trasladado a Granja de Torrehermosa. Y allí lo fusilaron. A este familiar le entregaron su brazalete blanco y el paraguas que llevaba el día de su detención. Tenía 28 años, una hija de poco más de 1 año y su mujer embarazada de su segunda y póstuma hija. En su certificado de defunción la causa de la muerte era "Heridas de guerra".
Únicamente fusilaron a dos personas de Fuenteovejuna, mi abuelo y una chica de 18 años cuyo único "delito" había sido participar en una manifestación y, en el momento de pasar ante la casa de un conocido cacique, gritar "Muerte a ...."
Mi abuela se fue a Huelva, donde vivía un hermano suyo y donde accidentalmente nació mi madre, pues con todo lo vivido, se había descontado hasta el punto de que nació cuando ya tenían comprados los billetes para desplazarse a Sevilla.
Poco después regresó a Fuenteovejuna y allí conoció el resto de la historia. El joven que evitó la destrucción de la tarjeta de visita comprometedora para mi abuelo, resultó ser el hermano pequeño de una chica con la que mi abuelo había tonteado durante el tiempo que estuvo de maestro en una pequeña escuela de Sevilla. En aquella época, mi abuelo y mi abuela ya eran novios, estando mi abuela de maestra en Huelva. Al parecer, mi abuelo era un poco mujeriego y junto con un amigo, salieron con unas chicas. La familia de esta chica creyó que se casaría con mi abuelo, cosa que en ningún momento se le pasó a él por la cabeza. Es más, cuando salían por ahí, la mayoría de las ocasiones, este chaval les acompañaba "de carabina", contando en aquella época con 10 años o poco más.
Mi abuela nos contaba esta historia de vez en cuando y siempre concluía, con los ojos empapados ya en lágrimas, de la misma manera: Al cabo de unos meses, coincidió con el capellán que le asistió en sus últimos momentos y le dijo que recordaba perfectamente a aquel joven maestro de Fuenteovejuna que, poco antes de morir, hizo una confesión general y murió como un santito, con una gran paz. Lo único que repetía era "¿Pero yo qué he hecho?"
Esta tarde he llamado por teléfono a mi madre para que me refrescara algún pasaje de esta historia y me ha contado que está convencida que su padre le ayudó a superar el cáncer de mama que le fue diagnosticado hace pocos años. Me decía que le dijo "Ya que en vida no me pudiste cuidar, ocúpate ahora"
Para acabar deciros que hace un tiempo Primogénito contactó con una persona que se dedicaba, dentro del marco de la Ley de Memoria Histórica, a recoger datos de maestros asesinados por los nacionales. Mi hermano le envió una carta explicándole la historia y ... ¡nunca recibió respuesta! Está claro que para esta ley existían diferentes categorías de muertos.
Vaya historia triste, Pater :( Aunque supongo que como tantas otras. Realmente es gracioso lo que dices, en casa siempre lo hemos comentado. En televsión, radio, prensa escrita...respecto a este tema, siempre parece que solo uno de los bandos mataba gente; los otros debían limitarse a esperar que vinieran a buscarlos.
ResponderEliminarEntgo un trancazo del quince y aquí me tienes a moco tendido!!!!.
ResponderEliminarCreo que hay muchos que defienden eso de la Memoria Histórica que tienen muy poca Memoria... no quiero decir más!.
Biquiños Pater, biquiños.
Pater, interesante y triste historia que no hay que olvidar; me imagino que ya te encargarás tú de transmitirla a tu descendencia.
ResponderEliminarMenos mal que nos queda la memoria oral que nos han ido transmitiendo nuestras abuelas, abuelos y demás, que sino, esta no queda recogida en los libros.
En fin, solo desearte que en el Año Nuevo nos sigamos acordando de las cosas importantes.
Un fuerte abrazo y muy feliz 2012!
Magnífica historia, pero desengañate pater hay quienes no están dispuestos a aceptar la verdad.
ResponderEliminarA un primo de mi padre lo mataron el último día de la guerra, no sé ni qué bando fue, ni quiero saberlo. Un beso.
ResponderEliminarEntiendo perfectamente lo de la memoria para unos y para otros olvido o tergiversación. En Chile, con el gobierno militar pasa lo mismo: derechos humanos, amnistías, perdonazos, pensiones dsahucios y de todo....para algunos solamente.
ResponderEliminarTremenda historia, parecida a la abuela de mi yerno español que a sus 10 años en Barcelona la apuntaron varias veces con las armas..... sólo que del espanto terminaron en mi país.
Me parece una historia terrible como tantas (sin querer quitarle ninguna importancia, ojo, en absoluto), pero sobre todo muy significativa. En la Guerra Civil murieron muchos por un par de gallinas, medio metro en la discusión sobre unas lindes, una disputa vecinal o la simple envidia. A tu abuelo le agarró un fanático de los nacionales y a otros abuelos un fanático del bando republicano, pero quien le mató fue ese chaval que impidió romper una tarjeta "delatadora" por una estupidez que en tiempos de paz ni siquiera hubiera supuesto solventarlo con un par de tortas.
ResponderEliminarReconocer esto es muy duro, porque implica reconocer que era un país de salvajes y de ignorantes. Pero también algo mucho más doloroso: la cantidad de suciedad que puede albergar el alma humana. Creo que sería más pedagógico y más nutritivo para todos que se enfocara así, y no como una de buenos y malos. Pero la simpleza siempre es más rápida y no necesita mucho talento. Quieren despertar el rencor basándose en los grandes ideales, cuando en realidad el rencor ya existía y estaba hecho de pequeñas miserias.
Gracias, Pater por tu post. Muy instructivo. Y Feliz año 2012, por cierto.