Aprovechando esa circunstancia, A. llevará la furgoneta al taller para pasar la preceptiva revisión y recibir el correspondiente sablazo en forma de factura. Además, todo indica que es muy posible que haya un cambio de neumáticos que, como sabéis, hace que la factura final alcance cifras estratosféricas.
Yo, que no tengo ni idea de coches (como de otras muchas cosas), la experiencia de llevar el coche al taller o a pasar la ITV me provoca una intranquilidad más que considerable. Este verano, sin ir más lejos, se nos estropeó el elevalunas eléctrico el día anterior a nuestra vuelta a casa desde Lastanosa. Acompañado de J. acudí a un taller mecánico de Sariñena (un sábado) para ver qué podían hacer, pues un trayecto como el que nos esperaba con una ventanilla totalmente bajada era del todo desaconsejable (por cierto, ¿por qué nunca se estropea quedándose el cristal arriba?). Como era sábado y no teníamos visita concertada tuvieron un detalle y se limitaron a poner un remiendo que mantuviera la luna elevada y pudiéramos realizar el viaje con cierta tranquilidad. Dedicaron un buen tiempo y -lo más importante- para poder hacerlo tuvieron que desmontar varias piezas. Cuando acabaron su trabajo, les pregunté (con el miedo en el cuerpo) qué les debía. Si me dicen que 110 €, no me escandalizo (aunque me parezca caro), si me dicen 30 € tampoco, lo mismo que si me dicen 15 €. Eso da una idea de lo perdido que ando en estos temas. Al final pagué 21 €. Luego, una vez en casa, lo llevamos a reparar y la broma subió bastante más.
Pero no sólo me provoca esta intranquilidad el tema de las reparaciones, sino también cuando llega el momento de pasar la ITV. Este año la pasamos también en Sariñena que, a diferencia de la que nos coge más cerca de casa, es más barata (sí, sí, en Aragón es más barata que en Catalunya), no hace falta pedir hora y es más benévola. Aún así, como os decía, paso un mal rato.
Tengo la misma sensación que el delincuente que pasa un control policial sabiendo que lleva un cadáver en el maletero de su coche. Cuando me piden la documentación ya me pongo nervioso por si no la encontraré en la guantera o si me faltará no sé qué papel (qué curioso, cuando era pequeño siempre se hablaba de "volantes" y ahora, en una revisión de un vehículo, tendría mucha gracia que te faltara eso, un volante). Después te subes al coche y vas siguiendo las instrucciones de un hombrecito vestido con mono de color amarillo o de cualquier otro . Esas instrucciones son siempre con las manos y realizadas con cierta desgana, con la dificultad que ello implica en cuanto a su exacto cumplimiento.
Este año mi mayor equivocación fue darle al limpiaparabrisas cuando me pidió que encendiera las luces de posición. Por cierto, no conozco a nadie que las llame así, a no ser que sea el titular de una autoescuela o un profesor de ésta.
El otro momento de tensión es al acabar todas esas pruebas y estás a la espera de recibir el visto bueno de ese técnico. Hasta que no aparece con esa cuchilla para eliminar la pegatina del cristal, no tienes la certeza de haber superado satisfactoriamente la inspección.
¡Qué gusto cuando te ponen el nuevo adhesivo aunque sólo dure un año!