Será que no tengo vacaciones, que este año el calendario ha sido muy caprichoso y los pocos días festivos de la Navidad caen en sábado y domingo, que la crisis está en boca de todo el mundo o qué sé yo, pero lo cierto es que noto un ambiente mucho más frío que en otras ocasiones. Donde más he notado esta frialdad es en la felicitación del año nuevo. He sido testigo de felicitaciones más propias de un funeral que de estas fechas.
Es cierto que no soy muy amigo de felicitar el año nuevo. Nunca he considerado que el hecho de que la Tierra complete una vuelta alrededor del Sol sea motivo suficiente para celebrarlo ... y menos para felicitarnos. Es una de esas situaciones que, en mi modesta opinión, se han salido de madre. Está muy bien que aprovechemos para reunirnos con familiares y/o amigos y pasemos un buen rato, pero de ahí a lo que vemos a nuestro alrededor...
Estamos hartos de oír anuncios de restaurantes y hoteles ofreciendo sus menús para esa noche. Algunos hablan de precios irresistibles (cuando lo dan, pienso lo mismo, que no hay bolsillo que lo resista, pero creo que ellos se refieren a otra cosa), de sensaciones inimaginables y otras sandeces.
Existe también una parafernalia que rodea a esa fiesta que me cuesta aceptar. Nos encontramos con -atención a la palabra- el "cotillón", esa especie de bolsa con elementos que encajarían mejor en una pesadilla que en una celebración: matasuegras, collares tipo hawaiano, serpentinas, máscaras y confetti. Evidentemente aquí también existen categorías y el mercado asiático, una vez más, ofrece los precios más competitivos que, unido a su precaria calidad, favorecen que el espectáculo dure menos de lo deseable. No hay nada más patético que observar a varias personas en una de estas fiestas lanzándose todo esto para, un minuto después, seguir como si nada viendo la tele.
Hay personas que aseguran ser imprescindible para tener una buena entrada de año vestir con alguna prenda de color rojo (?). Otros dicen que hay que introducir una joya en la copa de cava y beberlo con ésta dentro. Incluso he llegado a oír que, después de las campanadas, la primera persona a la que besas es a la que amas. Prefiero guardarme mi opinión al respecto.
He buscado en internet y parece que el origen de la costumbre de comer doce uvas al son de las doce campanadas que despiden el viejo año y dan entrada al nuevo es reciente (1895) y proviene de Madrid, donde se intentó popularizar la costumbre de las clases altas de pasar ese momento bebiendo champán y comiendo uvas. He sido testigo de atragantamientos (quedaron en sustos) como consecuencia de esta costumbre.
¿Y las felicitaciones? Reconozco que, dejándome llevar por el ambiente y sobre todo por cortesía, suelo desear un feliz año nuevo. Ahora bien, de ahí a esa especie de discursos que, quien más, quien menos, te larga para desearte felicidad en el nuevo año, hay un trecho. Cuánta gente te desea salud, trabajo (para después repetir eso de "pero sobre todo salud"), dinero y amor como si se acabara el mundo y, en el caso de sobrevivir, pues eso, que tengas todo eso. Hoy mismo, un cliente del despacho me ha dicho "que el año nuevo sea, al menos, como éste" (qué poca ambición), "que veamos la luz al final del túnel" (esa crisis) para finalmente corregir y decir "que sigamos viendo la luz al final del túnel" (¿qué luz ?, he estado a punto de contestarle, pero ponía tanta ilusión en sus palabras, que no me he atrevido, imagino que también ve "brotes verdes")
Lo dicho, nosotros iremos a casa de unos amigos para, en compañía de otras amistades, pasar un rato agradable. Los niños disfrutarán acostándose tarde (y levantándose temprano) y jugando con otros niños. Creo que lo pasaremos bien y no nos excederemos en las celebraciones.
Ah! y feliz año nuevo.