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Santuario de Lourdes |
Hace justo un año, mi hijo P. y yo nos fuimos a Lourdes en compañía de mi amigo J. y su hijo A., el cual, a pesar de ser 5 años mayor que P., mantienen una gran amistad. La idea era pasar allí el fin de semana. Busqué por internet un alojamiento y encontré uno en Airbnb muy céntrico y que no estaba mal de precio. Como al final salimos algo más tarde de lo previsto, cambiamos la ruta y, en lugar de atravesar los Pirineos, fuimos por autopista. El itinerario es mucho más largo (tienes que llegar hasta Toulousse y después ir bajando hasta Lourdes), pero mucho más seguro para conducir de noche y algo más rápido. Paramos en un área de servicio próximo a Girona para merendar y cenamos pasado Toulousse. Durante el camino P., que se defiende con el francés, llamó a Helio (pronúnciese con acento francés) para avisar que llegaríamos algo más tarde de lo previsto, no fuera que, ante nuestra tardanza, pensara que ya no íbamos a ir y se le ocurriera irse a dormir y dejarnos en la calle. Por fin, a eso de las 12 de la noche, llegamos a nuestro destino. Echamos unas risas y a dormir.
El sábado por la mañana lo dedicamos a visitar el Santuario y sus alrededores y por "recomendación" de mi amada esposa (algo así como "supongo que si vais a Lourdes no se os ocurrirá no bañaros en las piscinas") nos interesamos por las piscinas. Estaban cerradas. Al parecer tienen un horario muy concreto y es tal la afluencia de gente que cuando ven que ya no cabe nadie más, cierran el acceso. Ese aviso -lo reconozco- no fuimos capaces de interpretarlo, por lo que optamos por volverlo a intentar al día siguiente. La tarde pasó entre visitas a la población y al Santuario, que era el motivo del desplazamiento. Por la noche, volvimos a nuestro alojamiento y cenamos eso que tanto me gusta a mí (aunque me siente fatal), como es queso (unas cuantas variedades), pan y vino que habíamos comprado por la tarde en un Carrefour (Caggfú) y a dormir.
El domingo por la mañana, tras el desayuno, nos dirigimos al recinto del Santuario y lo primero que hicimos fue ir a las piscinas. El horario era de 10:00 h a 14:00 h. A las 10 en punto allí estábamos y conseguimos entrar (si alguno piensa que es lo normal, pues has llegado a la hora de apertura, nada más lejos de la realidad). Eso sí, justo después de entrar, cerraron el acceso, lo cual -ahora sí- me hizo sospechar. Efectivamente, no hace falta ser un lince para deducir que la espera podía ser larga, muy larga. Pues eso, sobre las 13:15 h llegó nuestro turno. No teníamos ni idea de cómo era aquello, pero las 3 horas y pico de espera hizo que estuviéramos ansiosos por entrar. "No llevo bañador, ¿nos darán uno?", "Y si nos dan uno, ¿cuántos usos tendrá ya?", "Porque nos darán uno, ¿no?", "Y el agua ... ¿cómo estará?, ¿calentita?, ¿tibia? ... ¿fría?" Éstas y otras eran las típicas preguntas que nos habíamos estado haciendo durante la espera. Y todas, todas esas preguntas se te olvidaban al franquear la puerta que separa la zona de espera del interior, donde se encuentran las piscinas. Una vez dentro, lo primero que pasó es que se nos acercó un hombre -de poca estatura-, vestido con un traje impecable y nos preguntó si hablábamos francés. Todavía nos quedaba algo de buen humor y entre sonrisas le indicamos que no, que éramos españoles. Es entonces cuando empezó con sus explicaciones en un perfecto español afrancesado: "Oh, la la, españoles, ¡qué magavilla!" "¿De dónde sois?", "¿De Bagselona? Yo soy dessendiente del Duque de Cagdona". Mientras, nosotros, asentíamos con una sonrisa boba en nuestros rostros. Le preguntamos qué tal estaba el agua. La respuesta, así, a bocajarro y gritando, fue "FGÍA, MUY FGÍA". Ya no había vuelta atrás.
Nos indicó que debíamos entrar en una zona separada por unas cortinas de lona blancas con rayas gruesas azules (o azules con rayas gruesas blancas). Cada uno a una zona distinta. Lo que vivimos a continuación fue en absoluta soledad, sin un conocido con quien comentar la jugada. La soledad. Cuando entré en esa zona la imagen era dantesca. A la humedad en el ambiente, le acompañaba un silencio sepulcral y cuatro o cinco hombres sentados ¡en calzoncillos! en dos bancos de madera, uno a cada lado de la estancia. Y otra cortina gruesa separando esa estancia del lugar en el que debía encontrarse la piscina. Saludé con un hilo de voz, mientras que iba desvistiéndome hasta quedarme en gayumbos (suerte que ese día llevaba unos boxer monísimos) a la vista de mis nuevos compañeros de aventura. Cuando acabé me senté a esperar. No sabía muy bien lo que me esperaba. Mi cabeza iba a toda velocidad pensando en mil cosas que podía encontrarme y atormentándome esa imposibilidad de huir. En éstas me encontraba cuando, de repente, se abrió la otra cortina (la que separaba esa "sala de espera" de la piscina) y apareció un tío empapado y aterido de frío, mientras un hombre que estaba escondido tras la cortina llamaba al siguiente. Y así, uno a uno, fueron desapareciendo y apareciendo empapados mis fugaces compañeros de espera. Hasta que llegó mi turno. No había duda de que me tocaba a mí, pues era el último y no había posibilidad de amablemente ceder mi turno. Entré y me encontré a dos tipos ataviados con unos enormes delantales, como los que usa un matarife en un matadero. Un escalofrío recorrió mi cuerpo ... y no solo por el frío que allí hacía. Me dijeron que me quitara los calzoncillos y los colgara en un gancho que había en la pared, un gancho como los que hay en un matadero. ¿Qué podía salir mal?. Cuando me disponía a desprenderme la única prenda que cubría mi cuerpo, se acercaron detrás y con una especie de toalla me cubrieron para preservar ese íntimo momento. Un detalle, la verdad. Esa misma toalla -fría y empapada como pocas cosas he visto en mi vida- la usaron para tapar mi desnudez envolviéndola alrededor de mi escuálido cuerpo. Todavía estaba preguntándome cuántas personas habría cubierto esa toalla, cuando, cogiéndome por los hombros, uno a cada lado, me colocan delante de la piscina (una especie de hueco con baldosas en el suelo) a la que se accedía bajando dos o tres escalones. Me vuelven a preguntar de dónde soy y cuando les digo que español, me dicen que no, que no hablan español, pero sí inglés, francés, italiano ... "Da lo mismo, italiano", contesté mientras pensaba que quizá mis últimas palabras en este mundo serían en ese idioma. Me señalan una imagen de la Virgen que presidía esa sala y me animan a rezar alguna oración y a pedir algo (para eso viene la gente, ¿no?). Muy breve debió ser mi oración y mi petición porque, aun habiendo acabado, allí no se movía nadie. Les indiqué varias veces que ya había acabado, pero me ignoraron completamente. Cuando ellos estimaron que ya tenía que haber acabado, me dijeron que bajara los escalones y me introdujera en la piscina. El agua estaba -como dijo el descendiente del Señor de Cardona- fría, muy fría. Me dijeron que diera unos cuantos pasos hacía adelante y que me detuviera en el centro de la piscina. El agua me llegaba a la altura de la mitad de los muslos. Una vez allí, cuando estaba totalmente desprevenido y en la más absoluta duda acerca de qué podía pasar a partir de ese momento, los hombres de los delantales, en un movimiento ágil y rápido propio de un karateca, me hicieron una llave y me tiraron de espaldas al agua dos veces, cubriéndome en su totalidad. Esa sensación de frío y la nocturnidad y alevosía con la que actuaron hizo que se me escapara un sonido aterrador. Aterido de frío me dirigen al gancho en el que se encontraban mis calzoncillos. Me los pongo de la misma forma que me los había quitado (con esa toalla cubriéndome), abren la cortina y me sueltan en la sala de espera. Me visto sin poder secarme y abandono ese espacio para encontrarme con mis compañeros de aventura. Nos cruzamos unas miradas con la que nos dijimos todo. Es una experiencia única, por lo menos para mí. Vamos que no la pienso volver a repetir.
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Piscina de Lourdes |
Antes de acabar, quisiera dejar claro que, aunque lo pueda parecer, no se trata de una burla. Es más, no solo respeto profundamente lo que allí se vive, sino que animo a todo el mundo a que pase por esta experiencia y que una visita a Lourdes, deja huella.