domingo, 22 de enero de 2012

Vuelos por trabajo

No sé por qué, pero el otro día me acordaba de aquella época en la que me tocaba viajar relativamente a menudo. La mayoría de estos viajes era en avión, salvo cuando me tocaba ir con el Director General de la empresa que, por su miedo a volar, me "convencía" para ir en coche (otras veces no me convencía y él salía la noche antes en tren, mientras yo cogía el avión a primera hora de la mañana).

La mayoría de las anécdotas de aquella época se me han olvidado, pero recuerdo perfectamente el submundo que formaban los viajeros de cualquier vuelo. Todos lo vuelos que hice eran nacionales y salvo alguno, el destino era el mismo: Madrid. Aun siendo el mismo destino, cada viaje era distinto ya fuera por el horario o por cualquier otra circunstancia. Sin embargo, todos ellos tenían elementos comunes.

Recuerdo perfectamente a aquellas personas que cuando el avión tomaba tierra ya se desabrochaban el cinturón de seguridad y preparaban todo su "equipaje" (normalmente una cartera de mano) para ser los primeros en desembarcar. Llegué a pensar que había un premio para el primero que abandonara el avión. En una ocasión, viajando con un compañero de trabajo, al llegar al mostrador, la empleada de Iberia (uy, acabo de hacer publicidad) me hizo la clásica pregunta de "¿Pasillo o ventanilla?". Cuando contesté "ventanilla" (como siempre) mi compañero me dijo "¿Qué dices, no ves que serás de los últimos en bajar del avión?" Lo que os decía, nunca llegué a entender esa obsesión por ser de los primeros. Por cierto, me gustaba sentarme al lado de la ventanilla para, cuando no estaba dormido, poder ver el paisaje (de noche solo podía ver las luces de la ciudad de destino, pero seguía gustándome esa posibilidad).

En una ocasión en la que debía ir con un compañero de trabajo a Burgos. Cogimos un avión con destino a Bilbao y allí alquilamos un coche para ir a la ciudad castellana. Como la mayoría de mis viajes era de un único día y, al acabar la última de las reuniones en Burgos, nos fuimos rápidamente a Bilbao. Creíamos que no llegábamos a coger el avión de las 21 horas, pero lo conseguimos. Sin embargo, cuando estábamos en la cola para embarcar, nos informaron que una avería en el motor del avión haría imposible su despegue. Decidieron alojarnos en hoteles de la ciudad. Al parecer daban una habitación para cada dos pasajeros y, a pesar de ir con un compañero de trabajo (por lo menos lo conocía), no me hacía mucha gracia esa solución. Mi compañero demostró ser una viejo zorro en estas lides y habló con la señorita que asignaba hoteles y le dijo "Nosotros no tenemos prisa, así que nos quedamos de los últimos a cambio de que nos dé una habitación individual a cada uno de nosotros" Y aceptó. Otra vez esa obsesión de ser de los primeros.

Si el prototipo de pasajero de vuelos de puente aéreo a Madrid era un personaje encantado de haberse conocido, muy preocupado de su aspecto externo, cuando viajabas en Business Class esta sensación se multiplicaba por cien. Hubo una época en la que una multinacional financiera suiza absorbió la sociedad para la que prestaba mis servicios y como quiera que la imagen corporativa era para ellos muy importante, decidieron que los vuelos serían en esa clase. Hago un inciso para comentar que nunca entendí esa obsesión porque cuando viajábamos no llevábamos una plaquita (tipo mormón) con el nombre de la compañía, por lo que nadie sabía que éramos de tal o cual empresa. La mayoría de empleados estábamos encantados. Yo, al principio, no tanto, pero no era por otra cosa que por desconocimiento de ese mundo. Ahora bien, fue empezar a hacer viajes en esa categoría y, la verdad, mi imagen de los vuelos cambió radicalmente. De entrada, al llegar al aeropuerto y antes de embarcar, podías ir a la Sala Vip del aeropuerto, donde tenías todo tipo de servicios a tu alcance. Podías comer y beber lo que quisieras, todo tipo de prensa, conexión a internet (cuando no era tan fácil como ahora) y -muy importante también- unos lavabos muy limpios de uso exclusivo. Y si bueno era en tierra, imaginaos durante el vuelo. Recuerdo unos asientos espaciosos y un servicio exquisito -abrumador diría- para cada pasajero. Un día en el que me dormí -¡qué raro!-, cuando desperté vino una azafata y, aunque ya habían pasado antes, me ofreció algo para comer. Me trajo una tarrina de helado enorme que me comí muy a gusto.

Como casi todo lo bueno, enseguida te acostumbrabas a ese nuevo "estilo de vida", así que cuando se acabó eso de viajar en Business resultó más incómodo de lo habitual eso de volver a hacer colas o esperar en los bancos del aeropuerto.

A pesar de no echar de menos aquello, a veces me acuerdo de aquellos tiempos y, sobre todo, de determinada fauna que por allí circulaba.

Hoy os pondré la BSO de "Hook", una película que pasó sin pena ni gloria y que -absteneos mal pensados- nada tiene que ver con la entrada de hoy. El autor de la música de esta película es un grande, John Williams.




7 comentarios:

  1. Yo nunca he viajado en Business, pero me imagino que si te da miedo volar no disfrutas tampoco de las comodidades. Un beso.

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    1. Efectivamente, aunque sea en Business, vuelas igual y tu miedo es más cómodo, pero miedo al fin y al cabo.

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  2. Anda ya!!!! te dieron helado!!!??? No sería triple chocolate????!!! MMMnnnnnmmmmmm... jajajajajaja, yo lo más cerca de Business que volé fue cuando fui a New York que lo hice en la primera fila (justo después de primera clase) jajajajajajajaja. Pero lo que sí veo es que siempre son los primeros en abandonar el avión!!!, y creo que sé porqué es... tú te fijas cómo dejan siempre su zona????, si parece una pocilga!!!!!!!!, todo tirado, papeles por el suelo, restos de comida!!!!, son unos marranos!!!!!!!

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    1. No, no era de tres chocolates (de ese que algunas mujeres se lo comen a cucharadas grandes en el sofá de casa con el chandal roído), sino de limón.

      Es cierto, esos sí que son los primeros en abandonar el avión.

      Recuerdo que en una ocasión comenté con alguien eso de haber volado por primera vez en Business y cómo me sorprendió que solo ocupar tu asiento, una azafata te recoge la americana para colgarla en un armario y que estés más cómodo. Esa persona -acostumbrada a volar en esa clase- me dijo "Cuando te pidan la americana, ni las mires a la cara". Me dejó boquiabierto.

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    2. Qué me dices!!!!, tan maleducados son???!!! y eso porqué???. Pues yo detesto a las personas que son incapaces de mirarme a los ojos!!!!!. Es más, cuando hablo con alguien intento buscarle la mirada... aunque después entienda que sea una persona tímida, pero a primeras quiero que me miren a los ojos!!.

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  3. Me pasa como a ti, Páterfamilias: me gusta viajar en avión, me gusta ir junto a la ventanilla y no comprendo la prisa de la gente por bajarse y conectar el móvil.

    Menos mal que tu compañero resolvió bien lo de las habitaciones: hubiera sido de lo más embarazoso tener que compartir habitación, así sin equipaje ni pijama ni cepillo de dientes. La cosa tuvo un buen final.

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    1. Sí, suerte que lo resolvió bien.

      Lo del cepillo de dientes no fue ningún problema, en el baño de la habitación había un kit completo de aseo (commodities creo que se llaman, ¿no MadreYMas?)

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